Volver a Ramales de comida al Ronquillo, la casa de David y Ceci, es siempre un placer que despierta todos los sentidos. En esta ocasión, nos sentamos junto a la ventana, desde donde se vislumbra la montaña, que emergía majestuosa entre nubes y claros, pese a que el día estaba especialmente desapacible debido al viento y la lluvia.
Los entrantes marcaron el inicio de una velada prometedora. Diferenciados para celíacos y no celíacos, y acompañados por los exquisitos panes elaborados en casa, salvo el apto para celíacos, nos auguraban una comida memorable.
Abrimos boca con unas alcachofas naturales confitadas en casa, cuya textura y sabor se complementaban a la perfección con un inesperado helado de calabaza, una rareza hoy en día frente a las de quinta gama que abundan en los restaurantes. Las alcachofas de hoy eran, sin duda, de las mejores que recuerdo haber probado.
Seguimos con media ración de pochas viudas, cuya profundidad de sabor revelaba un fondo de gran intensidad. El vegetal estaba en su punto, invitando a llevarse cada cucharada a la boca con auténtico deleite.
Como plato principal, mi acompañante eligió callos con morro y pata, una de las especialidades de la casa que David guisa como nadie. Las patatas fritas que los acompañaban marcan una gran diferencia con otro tipò de patatas presentes en la oferta habitual hostelera, deliciosas, tradicionales, artesanas. Pude probarlos, y eran una auténtica maravilla, como siempre.
Por mi parte, opté por el jabalí guisado, preparado según la receta de la madre de David, que ha dado fama al lugar. El guiso, con sus trozos de carne tierna, unas pocas patatucas, setas y pimiento asado verde y rojo, resultó delicioso, contundente y sabroso, perfecto para un día lluvioso.
Está claro que todo en El Ronquillo sigue en su sitio, y que acercarse a este lugar siempre merece la pena. La dedicación y el talento de David y Ceci convierten cada visita en una experiencia gastronómica inolvidable.
