Bar, siempre me ha hecho gracia el nombre de este bar. Tiene ese algo misterioso que te hace pensar que quizás su fundador fue poeta, o simplemente no tenía ganas de complicarse. Lo cierto es que el nombre es lo de menos, porque lo que de verdad importa empieza desde que cruzas la puerta con cara de “no he desayunado, pero tampoco quiero gastar mucho”.
Por las mañanas, este lugar es el cuartel general del buen comer de los alrededores. Las tortillas, recién salidas del paraíso sartenero, están tan jugosas que si pudieran hablar, te dirían: “Cómemeee”. Además, no vienen solas: hay bocadillos que parecen diseñados por un comité de sabios del desayuno. Todo a precios tan sensatos que hasta tu cartera suspira de alivio.
Y eso no es todo, porque el espectáculo no para ahí. A medida que avanza la mañana, los pinchos van apareciendo como por arte de magia, uno tras otro, formando una especie de desfile gastronómico improvisado. Cuando una tortilla cae en combate, aparece otra como si tuviesen un ejército secreto en la cocina. Y si no tienes tiempo para quedarte, no hay drama: te lo preparan para llevar o lo puedes encargar, como si tuvieras chef particular, pero sin el gorro ridículo.
En resumen, un sitio altamente recomendable para arrancar el día con alegría, buen sabor y una sonrisa en la cara. Porque si el desayuno es la comida más importante del día… que sea con gracia, ¿no?
Por El Mule