En cuanto al restaurante escogido tenía bastantes dudas, pero finalmente me decanté por Millestone.

Se trata de un clásico restaurante situado en el centro de la ciudad.  

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Un día, paseando por la zona del Temple Bar, llamó mi atención el piano que tienen en el recibidor. Me hubiera gustado ir a cenar, ya que todos los días hay actuaciones en directo, pero cada vez disfruto más de las comidas, ya que me permiten probar mayor número platos.

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Antes de mi llegada ya había echado un vistazo a la carta para celíacos e iba con una idea preconcebida sobre lo que pedir, pero al ver que disponían de un menú con diferentes opciones y, todas de ellas sin gluten, decidí cambiar y elegir otros platos.

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Para comenzar, una tosta de pan de ajo con setas de hongos Portobello y paté de champiñones. Decidí elegir algo que no fuese mucha cantidad ya que el segundo iba a ser bastante potente. Tal y como se observa también llevaba queso por encima, pero no quitaba protagonismo ya que el sabor era muy leve. Valoro que haya diversidad de texturas ya que las setas es uno de los alimentos, junto a las verduras, que más me gusta y no hubiera sido plato de mi agrado el encontrarme todo triturado, esto para mí es un punto a favor.

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De segundo, cerdo al estilo irlandés. Se trataba de un filete de cerdo a la parrilla, cortado en medallones, pochado al vino blanco y puré de patata con panceta en taquitos y perejil ahumado. Me atrevería a decir que tenía un toque similar a la salsa cesar, podrían ser anchoas. Quizá a alguno le choque el concepto de estos dos elementos juntos, pero parecía que estaban hechos el uno para el otro. El punto de la carne era perfecto, partes churruscadas por fuera, pero sin perder la jugosidad en su interior. Para mí, sin duda, el plato estrella de la casa.

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En lo que respecta al postre, tuve dudas. Me encanta el brownie de chocolate y, de hecho, fue lo que pedí en un principio, pero tras acabar el primer plato decidí cambiar y probar la tarta de manzana. La fruta no me suele gustar servida caliente y, por esta razón, siempre suelo evitar este tipo de dulces, pero decidí tener la mente abierta y cambiar. El postre estaba formado por la tarta cubierta por unas natillas caseras; sirope de frambuesa y fresa; nata casera (cómo se nota cuando las cosas se hacen bien) junto con una fruta exótica llamada Physalis bañada con azúcar glass.
Me alegré por hacer este cambio, he de reconocer que lo que más me gustó fue el borde de la base que triscaba y me recordaba al hojaldre. Cualquier celiáco que no lo sea desde siempre sabrá de lo que hablo ya que este tipo de cosas se añoran y mucho.

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El servicio por parte de los camareros estuvo correcto en todo momento. Quizá en España estamos acostumbrados a un trato más familiar y cercano, pero los modales y mantener las distancias depende del tipo del establecimiento y siempre es mejor eso que tomarse demasiadas confianzas.

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Un día de estos me dejaré caer a tomar un cocktail y realizar esa tarea que ha quedado pendiente, disfrutar de las sesiones de música que tanto llaman mi atención.

Por Berta

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