Hemos Comido…en este lugar escondido en Atxondo, se considera uno de los templos de la cocina a la brasa.

Nunca había ido a Etxebarri, y cuanto más leía de la cocina de Bittor Arguinzoniz, de su cocina de humo y parrilla,de las técnicas y maderas individualizadas para cada producto, del protagonismo de éste , más ganas tenía de ir. La subida desde Atxondo hasta la pequeña aldea , en medio de ninguna parte, invadida de los olores de las maderas.

El restaurante es un caserío vasco, de construcción y decoración austeras, aunque vajilla y mantelería están al nivel de los mejores restaurantes.
Empezamos con el Chorizo de caserío. Tres rodajas de un chorizo con la grasa bien entreverada en la parte magra, con un pimentón de gran calidad, el toque ahumado muy ajustado.

Seguimos con Mantequilla , también de caserío, de las que no se encuentran, sobre un pan sobretostado en la brasa . Mantequilla, sabrosa, perfecta en punto de entereza, con una sal que parece ahumada. Media Cigala del Cantábrico. Sin estar cruda, mantenía el sabor, la frescura, en la que el fuego solo hizo mejorarla.

Una Gamba de Palamós, con un toque de plancha, una envoltura en aceite y un poco de sal gorda.Seguimos con las Ostras templadas sobre cama de algas. Y aquí la ostra en un delicado bombón marino. Las paredes de la carne untadas de aceite ahumado sellan unos jugos que se cocieron en su interior. Y el humo, bien dosificado, empieza a ser un ingrediente principal, aportando su particular profundidad. La cama de algas, enteras, sabrosas, hacen de perfecto contrapunto.

Llegaron luego los Mejillones a la brasa. El molusco venía con un leve toque de aceite ahumado, y con una textura, con un punto de cocción perfecto. Un plato totalmente recomendable y recordable.

Seguimos con una Ventresca de Bonito. que para mi sorpresa no venía hecha con el fuego directo de la brasa, sino habían aplicado el calor de forma homogénea, de forma que el interior permanecía casi crudo, sin estarlo, reteniendo sus jugos y grasa. Seguimos con los Caracoles, asados en paja, con una salsa vizcaína, Me encantó este plato. Acabamos de comer con una gran Chuleta, de punto perfecto, bien madurada.

De postre nos trajeron un Helado de leche ahumada con infusión de frutos rojos.El servicio fue muy eficaz, incluso amable, aunque se echó de menos la profesionalidad de otros sitios. Una cocina de una muy personal sencillez, donde el producto y el humo reinan. 180€ comensal.

Por El Mule

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