Los vinos. Al final Andrés hizo lo que suele hacer, servirte lo que él considera adecuado, y el caso es que siempre acierta. Comenzamos con un Jean Francois Gavenat “La Conve”, un espumoso de Jura que ya conocimos de otras ocasiones.
Para abrir boca comenzamos con una Gilda. Sus tres componentes (aceitunas, anchoas y piparras) son a cual mejores, dando como resultado una Gilda extraordinaria.
Continuamos con unas piparras. Algo muy típico del local, que suelen tener siempre en temporada y que me encantan, pero me dan un poco de miedo, ya que como te toque una de las rabiosamente picantes vas mal encaminado; me tocó una un poco picante, pero se dejaba comer, ¿quién dijo miedo?
Rabas. Sí, sí, unas rabas de verdad. Unas patas de pulpo enharinadas, lo que son las auténticas rabas y que ya no se encuentran en ningún sitio. Me hizo muchísima ilusión volver a comerlas después de tantos años y ciertamente que hay una gran diferencia con las de calamar. Decir que están buenísimas es quedarse corto.
Gambas blancas. De calidad superior y muy bien elaboradas, con un punto magnífico.
A partir de aquí cambiamos a otro espumoso, Bulles de BD, un vino del Loire. Este no lo conocía y me sorprendió gratamente, elaborado con Cabernet Franc, un refrescante espumoso.
Fabes con boletus y bacalao. Un potaje limpio, aquí se agradece que la alubia conserve la consistencia, pero no se nota el pellejo y sí un agradable fondo a boletus, acompañado de unas lascas de bacalao. Una cuchara de diez para habernos comido un pozón.
Canelón de rabo. Potencia a todo tren, sabroso, se funde en la boca y la inunda de sabor y gelatinosidad. No recuerdo ningún canelón similar y a partir de hoy va a ser mi canelón de referencia, a ver si alguien lo supera.
Cambio de tercio, se nos acabó el Loire y nos pasamos a otra región de La France, a la Champaña con un champagne Augustin Terre, que para mí fue el descubrimiento de la comida. Se caracteriza por un delicado bouquet y una fina burbuja. En boca se presenta con una liviana mineralidad y un toque de cítricos, caramelo e higos secos.
Las chuletillas de lechazo las regamos con este espumoso y la combinación resultó perfecta. Si en algo ha destacado desde su apertura La Cigaleña ha sido por sus chuletillas y os puedo asegurar que la tradición se mantiene.
De aquí pasamos a los quesos. Un brie, un queso de cabra de cuyo nombre no logro acordarme y un azul gallego que ya conocía y que me tiene encandilado, el queso Savel de la quesería chantadina Aias Moniz.
De aquí pasamos al dulce, tarta fea y tarta de queso.
La Cigaleña un tesoro en la oferta gastronómica de nuestra ciudad.