Llevo una semana con más de una sorpresa en el entorno hostelero, en concreto tres, dos a las que he asistido y una que me correspondió vivirla a mí.

El primero de la lista el más grave, algo a erradicar de nuestra hostelería (el Malo).

Hace ya tiempo que vengo alabando la profesionalidad de la mayoría de los establecimientos hosteleros de nuestra región y pienso que esta crisis en el mundo gastronómico ha puesto en su lugar a una gran parte de la oferta gastronómica, pero siempre aparece la excepción que confirma la regla.

Llegué a un bar de Pedreña, después de asistir a la II Feria del Molusco donde se celebraban estas jornadas y por donde pasé para hacer un post. Me acerqué a tomar unas navajas y una cerveza pues hacía un calor de mil demonios. Después de servirme y atenderme amablemente ocurrió lo que sigue, que me dejó con la boca abierta.

Aparece por la puerta un turista a eso de las 12:00 AM preguntando que si tienen menú y que si se puede sentar. Le atiende una chica y le contesta que sí, sin problema. Entra el turista y le pregunta que donde se sienta, a lo que le señala dos mesas de dos comensales. (A todo esto el hombre no hablaba ni papa de español y la camarera ni papa de inglés, por lo que le oí hablaba inglés).

El hombre le señala la ventana, ocupada por una mesa de cuatro comensales. Y ella que no, que esta o esta otra, pero en la ventana que no, asi un breve tira y afloja.

Al final el hombre se fue pues quería sentarse cerca de la ventana y la camarera no daba su brazo a torcer. Cuando salía por la puerta lo mejor de todo fue el comentario de la camarera: “Manda cojones”.

Todo el dialogo lo seguí bien de cerca, con expresión de incrédulo, sin creer lo que estaba viendo, atento con la boca abierta de incredulidad, valga la redundancia.

A ver, que alguien me diga que le costaba a la camarera mover dos mesas a una hora en que no había ni el tato en el restaurante. ¿Que habría ganado? Pues yo creo que un cliente agradecido por haberse tomado la molestia de complacerle y por otro lado la venta como mínimo de dos menús, que tal y como andan las cosas no es moco de pavo. Al final ni lo uno ni lo otro.

Lo que ha conseguido es que este hombre diga en su país cuando vuelva “ En Pedreña son unos estúpidos”. Después de esfuerzos del ayuntamiento y los hosteleros, como al que acababa de asistir en la feria para promocionar Pedreña, se lo carga alguien que aunque vive de ello tiene muy poco de profesional. En mi opinión estos casos ocurren por una falta total de profesionalidad. Por alguien así pagará la fama todo un pueblo.

El segundo de la lista, se arregló inmediatamente en cuanto aparecio la dueña en escena (el Feo):

Fuimos a comer a un conocido asador a última hora ya en torno a las 3:30 pues se había complicado la mañana y había que terminar el trabajo antes de ir a comer.

Veníamos con la comida ya en la cabeza: ensalada y carne, pero un buen trozo de carne. Entramos en el asador y la cara del camarero lo decía todo (le jodimos el salir pronto ese día), nos dijo que nos sentáramos donde quisiéramos, no muy afable. Según pasábamos al comedor vimos una ración en la brasa y le pedimos una y unas cervezas para ir entrando en ambiente, cara larga. En breve nos trajo la carta y se marchó a por lo que ya habíamos encargado.

Cambio de impresiones: me parce que nos van a joder la comida. Respuesta del otro comensal: pues tiene toda la pinta, nos vamos?. No, que entonces no encontramos sitio, seguro, apechugamos y terminamos de comer aquí.

Queríamos un entrecot de más tamaño que lo habitual, pagando la diferencia por supuesto. Según el camarero no sabía lo que pesaba el original, no sabia si podia servir uno del tamaño mas o menos que de deciamos, que si la ensalada solo de tomate no podía ser, no sabía si se podía como queríamos, vamos que no sabía nada (llegué a pensar que nos estaba tomando nota alguien que pasaba por la calle y se había colado). 

Total, que al final apareció la jefa con la pieza de carne, pues no se había sabido explicar el camarero, comenzó a servirnos ella y todos los problemas se acabaron, terminamos encantados con el sitio y volveremos a poco tardar.

Pero si no llega a aparecer, por el motivo que sea, el primer camarero nos avinagra la comida y ya no volveríamos al lugar. Mientras que a día de hoy estoy deseando volver, por muchas razones y una de ellas es la amabilidad y las ganas de agradar demostradas por la chica que nos atendió en segundo lugar.

Otra falta completa de profesionalidad. Primera regla de la hostelería, el cliente siempre tiene la razón, aún cuando no la tiene.

El tercero de la lista, jetas los hay en todos los sitios (el Bueno):

Asistí a una conversación cliente-camarero que me dejó alucinado. Una camarera de lo más complaciente, servicial y eficiente, atendiendo ella sola una barra un sábado por la tarde repleto de gente y un trisca echándole jeta al asunto. La chica tenía un poco de acento extranjero, juraría que de un país del este.

Sírveme un vino de ribera fresquito y sorpréndeme. Ella le contesta que todos los vinos están en un armario a la temperatura óptima. Le sirve un vino, se bebe de un trago de media copa y le dice que el vino no es muy allá, que esta medio malo, que ha logrado sorprenderle pero por lo malo del vino.

Dio la casualidad que estaba con un gran conocedor del mundo del vino tomando el mismo que le sirvieron a él de la misma botella, recién abierta y precisamente este conocido somelier me estaba cantando las bondades de este vino (estábamos juntos).

La camarera, le mira un poco sorprendida, coge otro ribera lo abre delante de él y lo sirve. Otro trago de media copa y vuelta a lo mismo, el vino no está fresquito, está muy mal conservado, no sabe bien y cámbiamelo por otro.

En esto interviene mi acompañante y le dice: «El primer vino está perfecto en todos los aspectos, temperatura, buena conservación y le falta un poco de oxigenación, al estar recién abierta la botella, me parece que su paladar deja mucho que desear».

Respuesta: «Y a usted, quien le ha dado vela en este entierro».

Se da media vuelta y se coloca mirando desde el otro lado de la barra.

La chica ya abochornada y con un visible color rojo en la mejillas no sabe qué hacer. Abre otra botella, esta vez un vino procedente de Huesca y le sirve una copa con un pequeño culin en el fondo y le dice que le prueba a ver si le gusta. A lo que le responde que no, que le sirva una copa, la chica se hace fuerte y le dice que no, que pruebe el vino y si le gusta le sirve la copa. Se bebe el culín de un trago y le dice que tampoco le gusta.

A estas alturas ya se había percatado el dueño del local de la jugada y se acercó dónde estábamos nosotros, somos conocidos y pregunta a mi acompañante que le pone en antecedentes.

Le pregunta al “Cliente”: ¿Ocurre algún problema? A lo que responde: «Por ahora no, pero quien le ha dado a usted vela en este entierro?».

Respuesta:»Pues soy el dueño del local y mi misión es que todos los clientes estén satisfechos con lo que ofertamos y he visto que parece que surgía algún problema en torno al vino que le han servido».

A lo que responde el “Cliente”:»Pues sí, vengo a que me sorprendan con un vino a un lugar donde parece ser que tienen una gran variedad y lo que logran es sorprenderme por la poca profesionalidad de las camareras y por lo mal conservado de los vinos que tienen, todos hasta ahora están malos».

Respuesta: «Haga el favor de abandonar este local lo antes posible, la profesionalidad de la camarera es incuestionable, no se moleste en intentar pagar púes ya veo por donde va y no quiero tener que llamar a la policía, a esta ronda le invito yo. Salga ya de mi local y no vuelva a aparecer por aquí».

Efectivamente se va mascullando entre dientes y abandona el bar.

A continuación nos cuenta el dueño del local que es algo que parece ser está de moda últimamente, pedir vinos diferentes, achacarles que están malos o con mala temperatura y como mucho pagar uno de unos cuantos o incluso negarse a pagar, gente que llega a pedir el libro de reclamaciones alegando un mal servicio, para intentar llegar a un acuerdo y no pagar, en muchos casos acompañado de raciones o pinchos.

En resumen, en todas partes cuecen habas, unas por falta de profesionalidad y otras por sinvergüenzas que se aprovechan. 

Por El Mule 

 

 

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