Hemos Comido…en la Taberna de Vicente, una visita impresvista y reservada por Carlos, comida de trabajo, pero ojalá todas las comidas de trabajo fueran así.
Octubre 2017. Cuatro comensales, una mesa, brasa, producto y Emilio detrás de todo esto, siempre buscando la difereneciación de la oferta habitual y, por descontado, algo único en la zona en la que se encuentra.
Una de sus especialidades es el rape a la brasa, y esa era una de las viandas elegidas, antes de empezar con ello nos presentaron al pescado ya a punto de entrar en la brasa.
Queso de hojas, cada día más difícil de encontrar de buena calidad. Cremoso, sabroso y fuerte lo justo, para mi gusto cuanto más fresco mejor, casi soltando suero.
Otro de los componentes del menú era la carne, y a la vista la teníamos, desde luego que invitaba.
Con el picón qué mejor acompañante que un vino con fuerza, con alma un vino de Toro, Matsu El Recio, un vino tinto de Toro a base de racimos de tinta de toro. Rojo picota intenso, aroma a chocolate, frutos negros, vainilla, en boca sedoso y redondo, frutal y notas minerales.
Después del picón cuatro rabucas fruto de algún calamar despistado que cayó en manos de nuestro anfitrión.
Continuamos con una serie de aperitivos con los cuales fuimos abriendo boca. A continuación pulpo braseado, estupendo de punto y con el clásico sabor a brasa, pero con cierto parecido al pulpo a ferira, supliendo la patata cocida por un puré de vicio.
Caldo de carne y gallina. Aquí sí que hay caldo, y del que levanta a un muerto, con el consabido sabor, el primero de la temporada.
Unas vistas de lujo en la pared opuesta a la ventana.
Y empezamos con uno de las elaboraciones centrales de la comida, el rape a la brasa. Épico, mejor punto imposible, jugoso, terso, con verdadero sabor a mar y con el suave gusto que deja la brasa. Le acompañaban unas rodajas de tomate, un buen tomate que produce el efecto frío caliente tan agradable en una elaboración como esta.
Antes de comenzar nos presentaron el corte con el que íbamos a terminar el apartado de salado, una chuleta de 1,8 Kg.
Acompañando a la chuleta unos pimientos asados de Isla, coincidieron las fechas con la época de recogida de esta maravilla gastronómica cántabra.
La carne como siempre en este lugar, especial, muy entrevetada, un ligero toque de brasa y al plato, un final único de una comida pantagruélica.
Uvas y té del puerto, todo un clásico del fin de comida en Cantabria, o por lo menos en muchas de las casas que conozco por la zona de Liébana.
Y por fin la dololorosa, una buena cantidad de dinero pero un gran RCP, buen produco, de lo mejorcito en todos los aspectos, producto de cercanías. Un buen servicio merece la pena de todas todas.
Por El Mule