Málaga es una provincia que me tiene enamorado, cada dos metros descubres algo nuevo y cambia de un día para otro.
Me resulta bastante semejante a Cantabria, en ambas las montañas se bañan en el mar y su oferta gastronómica es abundante, siempre hay vida en la ciudad, su clima es agradable durante todo el año, a excepción del verano (para gente como yo que huye del calor).
Su oferta gastronómica resulta muy amplia, de modo que, por mucho que vaya, siempre descubro algo nuevo. En esta ocasión, al haber refrescado, me encontré con que había un puesto de castañas en cada esquina y que las asaban de una manera muy peculiar, en un puchero que hace de brasero.
Ya había tenido noticia de la abundancia de castañas en esta zona, que habitualmente se utilizan para dar de comer a los cerdos y producir un ibérico que no tiene nada que envidiar a otros alimentados de bellota, algo que hace tiempo comprobé de primera mano en una presentación de productos malagueños en Santander.
En los últimos años ha salido al mercado uno de los productos más exclusivos de la provincia de Málaga: el denominado jamón de castaña de Málaga, que se diferencia básicamente por comer abundantes castañas durante su cría. La introducción de este fruto seco, como complemento a la bellota, cereales y otros productos, es el elemento diferenciador. Gracias a ello, el jamón, una vez curado, consigue matices únicos, como su suavidad y su textura, que son algunos de sus matices inconfundibles. En la actualidad, la producción de jamón de castaña se concentra en el Alto Genal, una zona de la Serranía de Ronda con una orografía idónea tanto para la cría del cerdo ibérico como para el secado de los jamones.
Pero no estábamos hablando de jamones si no de castañas. La magosta es una fiesta de mucho arraigo en Cantabria, y la castaña fue durante siglos a falta de trigo y maiz (este último no había llegado de América todavía) uno de las alimentos básicos de la dieta cantábrica.
El resultado de las castañas que nos ocupan era que estaban asadas a la perfección, de un buen tamaño y de gran sabor.
Y el chasco final, pues que no eran malagueñas si no gallegas, algo que no es de extrañar ya que la mejor castaña española se encuentra en esta zona y según el alegre castañero él solo vendía lo mejor.