La Jara donde el bebercio se ilustra y la barra opina

La Jara no es una taberna, es la taberna. Un concepto elevado a categoría filosófica donde el comercio se mezcla con el bebercio de calidad, y el vermú no se sirve sin una buena dosis de conversación crítica. Aquí no se viene solo a empinar el codo, sino a levantar el ánimo y, si se tercia, el intelecto.

El personal de barra —auténticos personajes con más carisma que un mitin en campaña— no despacha vinos, sino experiencias. Carlitos, Silvia y Chema no son camareros: son anfitriones de una tertulia líquida donde cada cliente es parte del guion. Y qué parroquia, oiga. Desde el tipo “Destroyer”, que parece salido de una novela de Bukowski, hasta el pensador de caña en mano que diserta sobre Kant entre gilda y gilda.

La Jara

La clientela no busca solo el sólido ni el líquido elemento. Busca algo más: ese intangible que convierte a La Jara en una taberna ilustrada. Un espacio donde el diálogo fluye como el vino, y donde la discrepancia se celebra con brindis, no con bronca.

En resumen, La Jara es ese raro lugar donde uno puede salir más sabio que borracho. Y eso, en estos tiempos, es un tesoro.

Y cuando aprieta el hambre, no hay protocolo que valga: uno se desquita bien sentado en la barra —si no hay sitio o si el estómago exige inmediatez— o en mesa, donde el comensal de al lado puede acabar siendo tu tertuliano improvisado. El tema estrella: las bondades del gobierno, ya sea el regional (que, casualidades de la vida, tiene su sede justo enfrente) o el nacional, que siempre da para un segundo plato.

Pero aquí manda Carlos, y lo que él estime oportuno es lo que se sirve. Hoy tocaba marmita de atún, con bien de cebolla y pimiento, y ese toque de vino blanco que huele a puerto y sabe a Cantabria. Un plato marinero, honesto, sin florituras, pero con alma.

Marmita La Jara

Como colofón, mi anfitrión se sacó de la manga unas albóndigas con salsa de las que abrazan el paladar, unas patatas de toma pan y moja, y —porque la nostalgia también se sirve caliente— un huevo frito coronando el conjunto. Un plato combinado de los de antes, de los que no necesitan presentación ni hashtag.

Plato combinado de albondigas

Solo quedaba sitio para un café  y así fue. Todo por el precio de un menú del día, pero con el valor añadido de haber vivido una escena digna de crónica.

Por El Mule

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