Hemos Comido…en La Cigaleña, nunca digo que no a acercarme a este local tan peculiar, aunque siempre vengo con miedo, sabedor de que va a correr el vino, di que aquí no me importa pues voy y vengo andando.
Febrero 2018. Y después de un porrón de años viniendo a este lugar me entero que tiene un privado de lo más cuco, donde pueden juntarse sin problemas una decena de personas, en esta ocasión éramos tres y estuvimos a cuerpo de rey,
La copa de la barra que no falte, un Burdeos y una tapuca de bacalao albardado. Empezamos bien, con el listón apuntando bien hacia lo alto.
Y por supuesto, antes de entrar, una buena charla con Andrés Conde Laya, que siempre se hace escasa pues tiene bastante que contar y si es sobre vinos… es un pozo sin fondo.
La carta como siempre es de corte tradicional, con un buen número de elaboraciones. Donde hay que poner especial atención es en los platos emblemáticos, estos se caracterizan por su orientación al producto de calidad suprema y llevan años como bandera del lugar; sin olvidarse de la otra insignia o blasón de la casa, el mercado.
A la entrada del privado, una cartel que avisa de que más de uno se ha dejado la cabeza pegada en el sitio.
En esta ocasión me pidieron que el vino inicial lo eligiera yo, pero no contaban con que Andrés dispone en su bodega algo más que vinos y se me ocurrió pedir una sidra francesa, Sydre Argelette de Eric Bordelet. Eric Bordelet se hizo cargo de esta propiedad familiar en Normandía. Cree firmemente en que la sidra de manzana y de pera debería ser producida tal y como se hacen los vinos. En sus sidras se utilizan más de 20 variedades diferentes de manzanas y 15 de peras.
Eric Bordelet sydre Argelette combina 19 variedades de manzana, preparado de acuerdo con un método ancestral de maceración. La nariz exhala una mezcla de sabor a fruta y notas minerales: compota de manzana albaricoque, limón, miel y especias. Paladar amplio y equilibrado, que cuenta con sabores intensos, llevado a cabo por burbujas extremadamente pequeñas .
La comida la orquestamos en torno a unos entrantes y un segundo. Comenzamos con una elaboración que ya conocía y que me entusiasma en esta bodega: las pochas con cocochas, si es que hasta rima. La suavidad de la pocha con el ligero sabor a mar de la cococha, un mar y tierra de innegable valor gastronómico, un platazo que auna lo mejor de cada mundo, elegante y fino.
Continuamos con un steak tartar. Muy de mi agarado dado que venía poco disfrazado, no me entusiasman los steaks que vienen cargados de cosas. Y surgió la conversación sobre el origen de esta elaboración, hay dos teorías.
La primera afirma que el steak tartar comenzó como una forma de alimentarse en las estepas asiáticas. Los jinetes tártaros, depositaban carne bajo la silla de su caballo para ablandarla y poder consumirla. Sin embargo, hay quienes afirman que la sudoración del animal estropearía la carne, haciéndola incomestible. Aseguran que la finalidad de este método era curar las llagas de los caballos originadas por las sillas de montar.
La segunda teoría considera que el steak tartar es una receta importada de la Polinesia francesa, donde el consumo de carne cruda era algo habitual. Este plato comenzó a presentarse en los restaurantes de los hoteles franceses a principios del siglo XX y se popularizó en la década de los cincuenta.
Como entrantes también hubo costilla de angus a baja temperatura. Una gozada, se deshacía literalmente y su gran sabor le valió un diez para mi gusto. Sabrosísima, potente y blandita,.
Antes de la costilla de angus cambiamos a un vino más recio, un Rioja Abel Mendoza 2015 Selección Personal, que me sorprendió gratamente. Abel Mendoza Selección Personal nace de un viñedo trabajado en ecológico conocido como Marrate ubicado en la zona de El Bardallo, entre San Vicente de la Sonsierra y Labastida. Un vino de carácter mineral, jugoso y suculento. Muy directo, me encadiló desde el primer sorbo y acompañó perfectamente al resto de la comida.
Para terminar, algo que nunca había pedido en La Cigaleña, pero que me había llamado la atención en varias ocasiones, una elaboración que se sirve a menudo en las mesas del restaurante: huevos fritos con patatas y chistorra. He de deciros que la chistorra no es una cualquiera, es la chistorra de Pachi Larrañaga que cuenta con una gran cantidad de premios desde que se dedica a la carnicería, allá por 1968, entre sus clientes los más famosos restaurantes de las vascongadas, entre ellos muchos estrellados como Martín Berasategui.
El plato estaba de vicio, unos huevos bien fritos, acompañados de patatas artesanas y una chistorra, la mejor que se conoce. Brutal.
Compartimos dos postres, tiramisú y arroz con leche, todo en la misma línea de calidad. Con los cafés nos pusieron unos almendrados.
Una comida que se extendió bastante en el tiempo, dado lo agradable del lugar, asitidos por el personal de la bodega que es único, son profesionales con una dilatada vida en el mundo de la hostelería que conocen al cliente solo con verlo y al que asiten de la mejor manera, un RCP muy adecuado. Deseando volver.