o ya había estado hacía un mogollón de años y me acordaba de una sidrería que aparecía en medio de los vapores etílicos dignos de una mañana a medios con ginebra, en la que aparecía una paella de esas de toma pan y moja, total que me puse a la búsqueda y al final tras preguntar y buscar por la red me enteré de que dicho sitio era Casa Lin.
Ni corto ni perezoso me, puse manos a la obra y fuimos directos a Casa Lin, reservamos, y a la vez que reservamos mi intención era pedir una paella para quedar a cierta hora y llegar justo a tiempo para no esperar, pues de todos es sabido que esperar el que te hagan una paella puede ser eterno, la chica que me atendió me dijo que mejor viniera un poco antes y así tomábamos algo en la barra y tapeabamos algo de paso. Bueno, a fin le hice caso y nos presentamos en este chigre de rancio abolengo, con una antiguedad de 100 años, el local es auténtico, una sidrería en toda regla, con un ambiente increible, un sábado a la una del mediodía, total que nos pusimos a tomar sidra, de entrada una amable parroquiana nos explicó como tomar la sidra, los camareros de lo más amable y la mayoría de la gente de lo más acogedora, en cuanto llegamos hicimos referencia a nuestra reserva, para lo que nos recibió un camarero y nos explicó de qué constaba la paella, pues las había distintas. Pedimos paella de oyocántaro, con cigalas, langostinos, almejas y andaricas (nécoras), nos dijo que en 20 minutos estaba. Total que decidimos esperar en la barra, de entrada y nada más pedir la sidra (que otra cosa podías pedir, donde fueres haz lo que vieres) y no solo por eso, a mi mujer y a mi nos gusta bastante, y no sabe igual fuera de Asturias, nos plantaron dos tapas en una cazuela de barro, de oreja con patatas un poco picantilla y buenísima. A los veinte minutos justos nos avisaron y ahí estaba la pella, espectacular, lo mejor de todo es que no solamente el aspecto era espectacular, también de sabor, y una pedazo ración que flipas, yo comí cuatro platos y mi mujer dos, quejándose de no tener el estómago más grande, cosa de la que se queja con frecuencia. El servicio muy profesional a la vez que amabilísimo, y el precio de lo mejor, pues al final es el último sabor de boca que te queda. Fue tal nuestra impresión que a la salida había una pareja que no sabía si decidirse a entrar, les contamos nuestra experiencia y entraron a cañón, espero que lo disfrutaran tanto como nosotros. La única pena es que sitios como este cada vez quedan menos, yo tenía intención de pasar por más sidrerías por Avilés, pues lo recordaba con cantidad de ellas y apenas estuvimos en tres, ahora eso sí, había un Mcdonals. Hemos comido ... paella y buenísima.
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