Una galerna es un temporal súbito y violento con fuertes ráfagas de viento del oeste al noroeste que suele azotar el Mar Cantábrico y sus costas, por lo general en la primavera y el otoño.
Se engloba dentro de las denominados Perturbaciones Atrapadas en la Costa (PAC – en inglés Coastal Trapped Disturbance).
Aparecen en días calurosos y apacibles en los que la llegada de un frente frío viene acompañado de un cambio brusco en la dirección e intensidad del viento, que puede llegar a superar los 100 km/h. El cielo se oscurece y se produce un fuerte descenso de temperatura, de hasta 12ºC en 20 minutos, un descenso rápido de la presión atmosférica y un aumento de la humedad que roza el 100%. La mar puede llegar a ser gruesa o montañosa y a todo ello se añaden unas cortas pero intensas lluvias.
Las galernas son temidas por los hombres de la mar por ser un fenómeno meteorológico de extremada violencia y que se han cobrado numerosas vidas entre los marineros. La más recordada fue la galerna que se produjo el 20 de abril de 1878, tristemente conocida por la Galerna del Sábado de Gloria y que José María de Pereda recogería en su novela Sotileza. Esa tarde toda la población pescadora se agolpaba en los puertos y en la costa viendo como sus familiares intentaban ganar la costa a bordo de las lanchas y traineras. Perderían la vida 322 pescadores ahogados en el Cantábrico (132 cántabros y 190 vascos) y la conmoción provocada en el país sería muy importante. A partir de este desastre se introducirían mejoras en la navegación (cubierta corrida, partes meteorológicos, salvamento de naúfragos, etc.). Aún así todo ello no quitaría que en las sucesivas galernas se siguiesen produciendo víctimas. Importantes fueron también las de los años 1912, 1914, 1961 entre otras.
La galerna del Sábado de Gloria en Santander
De las muchas galernas de que se tienen noticias, voy a referirme a la que aconteció el 20 de abril de 1878, que, por haber coincidido con la celebración del último día de la Semana Santa de aquel año, se conoce como galerna del Sábado de Gloria. Por su causa perdieron la vida más de trescientos trabajadores de la mar vascos y cántabros, que dejaron desamparados a un millar de huérfanos.
¡ Jesús y adentro!, cuadro de Fernando Pérez de Camino (1859-1901) , pintor cántabro costumbrista, del círculo de Pereda. ¡Jesús y adentro! era la frase-plegaria que acompasaba los remos de los pescadores santanderinos en el instante mismo de pasar “la barra”con temporal, para abocar al Puerto.
El Boletín de Comercio fue el periódico santanderino que primero dio la noticia. Informaba de que habían salido del puerto de Santander, hacía las cinco de la madrugada 23 lanchas mayores, 7 barquías y una trainera, además de otras embarcaciones cuyo número se desconoce. Reinaba una ligera brisa del nordeste, que continuó hasta las diez, hora en que todas las embarcaciones estaban ya cogiendo sardina. Había viento sur en tierra y a lo lejos unos oscuros nubarrones presagiaban temporal. Serían las doce cuando éste se desarrolló de una manera horrible, con viento del noroeste. Entonces se dispuso el regreso a puerto o a las ensenadas inmediatas. La mayor parte de las embarcaciones estaban a unas cuatro leguas al oeste-noroeste de Cabo Mayor, hacia el frente de Suances, colocadas en los lugares que conocen los pescadores con las denominaciones de Punta de Santoña, Miguelillo y La Garma. Se dispersaron y muchas intentaron refugiarse en las ensenadas de la Virgen del Mar y de San Pedro. La mar estaba mediana, pero arqueando bastante. El viento, huracanado, hizo que en algunos momentos hubiese necesidad de arriar “la unción”, que alguna lancha trajo hecha pedazos. El temporal, que apenas había durado tres cuartos de hora, se había cobrado la vida de más de trescientos pescadores.
Un paréntesis en el relato: Santander en 1878
Entonces el puerto de Santander era el más importante del Cantábrico. Su entrada era practicable con todos los vientos, aunque los veleros tenían peligro cuando los vientos del noroeste eran huracanados con mares gruesas, en ocasión en que la mar estuviese bajando.
Santander apenas contaba con 40.000 habitantes muy ligados al puerto y a su comercio con ultramar. Era una ciudad muy animada, próspera y comercial. Tenía un tranvía de vapor que llegaba hasta la segunda playa del Sardinero, donde los baños de ola competían con los mejores establecimientos balnearios de la época. Había plaza de toros, teatro, baile campestre, cafés, casas de baños de aguas dulce y salada, Instituto, escuelas públicas y privadas, navieras, bancas, agencias mineras, industrias, establecimientos de carros y carretas de transporte, carbonerías, fábricas de jabones…
El ejercicio de la pesca y navegación era totalmente libre. Cualquiera podía competir con los trabajadores de la mar con solo anotarse en la Cofradía. Los pescadores ya no iban a la pesca de la ballena y el bacalao, restringiendo sus capturas a las costeras del bonito, la sardina, el besugo y la anchoa. Solían alejarse de sus puertos entre 50 y 100 millas. Sus embarcaciones eran de madera, sin cubierta. Las que pescaban merluza, bonito y besugo eran las mayores. Las barquías y las traineras, las menores. En las primeras cabían hasta catorce hombres y un patrón y tenían tracción doble, manual y a vela. Su arboladura contaba con un solo palo y una gran vela, que, en apuros, solía cambiarse por otra más pequeña, llamada la unción. También se podía arbolar un tallavientos, que era un pequeño mástil con vela cuadrada.
En general, el marinero era hombre piadoso, que oía misa solemne los domingos y fiestas de guardar. Rezaba el credo al cruzar la barra y exclamaba ¡ Alabado sea Dios! al hacer su primera captura. Su atuendo habitual era la blusa, más corta que la de los trabajadores de otros oficios. Su gran lujo, un traje de pana o una chaqueta de mahón. Calzaba alpargatas en tiempo seco y almadreñas si esperaba que lloviera. La mujer vendía el pescado y reparaba las redes. Las bodas eran en tiempo de vendimia. Al novio le regalaban una barquía con todos los trebejos del oficio. Las mujeres vestían buena parte de su vida hábitos de la Virgen del Carmen o de San Antonio, en cumplimiento de promesas en las que el Cantábrico y sus temporales tenían mucho que ver. La mayor parte de las familias pescadoras cubrían malamente sus necesidades vitales cuando había pesca, sin ningún tipo de ayuda institucional que protegiera sus infortunios.
Después de aquella galerna…
Durante muchos días la prensa publicó noticias y reportajes sobre la galerna del Sábado de Gloria. En la prensa nacional, fue noticia de primera página hasta la inauguración de la Exposición Universal de París el primero de mayo. Un gran número de periódicos abrió suscripciones en favor de las familias de náufragos y fueron muchas las anécdotas divulgadas en diarios y revistas, muy sensibilizados frente a aquel temporal que había dejado a su paso más de mil huérfanos. Uno de los sucesos más divulgados fue el de la presencia en los acantilados de San Pedro del Mar de un sacerdote que daba la absolución y bendecía a los pescadores que intentaban mantenerse a flote, asiéndose a lo que quedaba de las embarcaciones, que se destrozaban contra las rocas mientras la mar los iba sepultando, sin que se pudiera hacer nada desde tierra firme por salvarlos. Días después el poeta cántabro Amós de Escalante escribía:
(…) Desde el salobre risco
de San Pedro del Mar, un sacerdote
les dio la bendición. Nada más grande
ojos humanos contemplar pudieron.
Conmueve la lectura de los emotivos reportajes, escritos tan al estilo de finales del siglo XIX, con conmovedoras descripciones de la agonía de los pescadores extenuados, profiriendo gritos estremecedores de petición de socorro.
Actos sociales y veladas benéficas
Periódicos y revistas de la época dieron cumplida cuenta de la gran cantidad de actos sociales que se organizaron en toda la geografía nacional para recabar fondos, que paliaran en parte la miseria económica en que quedaban los familiares de los náufragos. Hubo conciertos, festejos taurinos, funciones de teatro, zarzuelas, estudiantinas, rifas de objetos de arte… y, sobre todo, funerales magníficos precedidos de procesiones corporativas, amenizados por las orquestas y coros más famosos y la predicación de los oradores sagrados de más renombre. Era aquel un tiempo en que este tipo de celebraciones religiosas constituían verdaderos espectáculos de impresionante magnificencia, con un ritual muy del gusto del pueblo.
La prensa santanderina solía hacer una reseña de los actos benéficos organizados en Madrid y las principales ciudades españolas. Como ejemplo más noticiable, la función del primero de mayo en el Teatro del Circo Príncipe Alfonso de la capital del reino, que habían presidido, con un lleno total, los Reyes Alfonso XII y María de las Mercedes y la Infanta Isabel, Princesa de Asturias. También informaban de las ofertas desinteresadas de multitud de artistas y toreros de moda, Lagartijo y Frascuelo entre ellos.
El 10 de mayo hubo en Santander una velada benéfica literario-musical, organizada por el Ayuntamiento. Fue un verdadero acontecimiento. En el festival intervinieron con éxito rotundo los músicos, cantantes, poetas, escritores y periodistas de más renombre de la época. Pereda, Amós de Escalante, Olarán, Estrañi., Del Río, Menéndez Pelayo… acudieron a la invitación personal del Alcalde Tomás Agüero y leyeron, en los entreactos musicales, composiciones alusivas a la galerna del Sábado de Gloria. Doce años después, otra galerna importante azotó la costa cantábrica y El Atlántico, que era entonces el periódico cántabro de más tirada, editó un número extraordinario, en el que reprodujo todas las composiciones literarias leídas aquella noche del 10 de mayo de 1878. Esta vez, los fondos fueron destinados a las familias de los náufragos de otro galernazo, el del 25 de abril de 1890, que había causado la muerte a 55 pescadores del Cabildo de Santander.
En San Pedro del Mar
Súbito estalla el fiero galernazo,
las antes quietas aguas se embravecen,
y el mar y el viento y las tinieblas crecen,
y mengua el día, el corazón y el brazo.
Rota su lancha, del postrer pedazo
los náufragos en vano se guarecen,
cuando ya salvos de morir perecen,
sórbelos uno y otro maretazo.
Quédales Dios no más: su fe le implora;
y haciendo sacro altar de Peña Calva,
un sacerdote, al funeral testigo
las manos tiende al mar, y dice y llora:
del Dios en nombre, que perdona y salva,
¡Mártires del trabajo, yo os bendigo!
Núm. 5 . Soneto del poeta Amós de Escalante.
Coplas de la Galerna del Sábado de Gloria
Detenga su curso el sol – y la luna su carrera,
estremézcanse los montes – tiemblen sin cesar las sierras.
Que el año setenta y ocho- Sábado Santo encomienza
a referir los estragos – de toda la costa entera.
En los puertos referidos- señores, voy a empezar
a contar grandes estragos – que a todos harán temblar.
En puerto de Santander – cincuenta y dos marineros
peleaban con las olas – sepulturas de sus cuerpos.
En Colindres, los veintiocho – que salieron a pescar
Se quedaron sepultados – entre las olas del mar.
En Laredo, treinta y seis – quedaron entre las olas
memoria les ha quedado – del Sábado Santo de Gloria.
En Algorta, padre e hijo – que salieron a la mar,
quedaron entre las olas – ¡ Qué desgracia tan fatal ¡
En Bermeo, ochenta y cinco, – cuarenta y nueve, Echanove,
en Mundaca, quince, perdieron – las vidas allí los pobres ( … )
Coplas de Pedro Gutiérrez. Ocho de las veinticinco coplas del pliego, que se vendía en plazas y mercados para recaudar fondos destinados a las familias santanderinas con víctimas de la galerna.
Irresponsabilidades políticas, Iniciativas públicas
Entonces – como ahora – cuando ocurría una tragedia de la clase que fuera, quienes ostentaban el poder se apresuraban a eludir sus responsabilidades y a justificar sus propias actuaciones y omisiones relacionadas con el suceso.
Tres días después de la galerna del Sábado de Gloria, el martes 23 de abril, el pueblo santanderino, excitado y dolido, acompañó a los familiares de los náufragos hasta la Capitanía del Puerto, destrozó el barómetro e increpó duramente a las autoridades marítimas, siendo todos ellos desalojados por las fuerzas armadas de Carabineros y de la Guardia Civil. La oportuna mediación del obispo de la diócesis zanjó el incidente sin más consecuencias.
En las sesiones del Congreso de los Diputados de la semana de Pascua el tema del temporal fue muy debatido. Un diputado preguntó si se había comunicado a tiempo a los puertos de nuestras costas el telegrama recibido del Servicio Meteorológico Internacional de París el día de la tragedia, el cual anunciaba grandes borrascas en los mares del norte de Europa. El Ministro de Fomento contestó que el telegrama sí se había recibido y comunicado a los puertos del Cantábrico… ¡ a las dos de la tarde!, cuando ya no se podía remediar la catástrofe. La falta de coordinación de los Ministerios de Fomento y Marina y las deficiencias y lentitud del sistema hacían imposible que cualquier pronóstico meteorológico de temporal pudiera ser conocido por los pescadores del Cantábrico antes de salir a la mar. En el Ministerio de Marina se decidió modificar el sistema vigente con carácter de urgencia y en la Gaceta del 5 de mayo se publicaron 6 nuevas ordenanzas, en el sentido de responsabilizar al Observatorio Astronómico de Madrid de la remisión de los partes diarios del Servicio Meteorológico Internacional de París a los capitanes de los puertos marítimos.
Otras iniciativas públicas aportaron ideas para mejorar la estructura de las embarcaciones de pesca, promoviendo concursos para premiar a quienes diseñaran barcos más seguros en los temporales. Se concedieron becas para realizar estudios en San Fernando (Cádiz) a varios huérfanos de pescadores víctimas de la galerna del Sábado de Gloria. Se suprimió el pago de aranceles durante varios años a las gentes afectadas y se gestionó liberar del servicio militar a los hijos de familias con víctimas. Y también se mejoró el Servicio de Salvamento de Náufragos, estableciéndose premios e incentivos para los salvadores: el primer tripulante del Servicio de Salvamento que llegase a su puesto recibiría un premio de cinco pesetas, y por cada vida salvada, otras veinticinco más, aparte del jornal.
En aquellos días comentaba La Ilustración Española y Americana que el pronóstico del tiempo telegrafiado por el Servicio Internacional de París, era muy imperfecto en cuanto a cálculos en la dirección y extensión de las borrascas. Y los prácticos de puerto y marinos experimentados opinaban que los observatorios meteorológicos servían para registrar datos, pero no para ser guías constantes del tiempo atmosférico. Estimaban que se habían podido deducir algunas reglas, válidas sólo para pronosticar algún tipo de borrascas, y concluían que, con la utilización del telégrafo y la incompleta red de estaciones, en 1878 era imposible prever las galernas.
Carmen Gozalo de Andrés