Hay que tener claro que el concepto español de hostelería no lo hay en otro lugar del mundo, y menos en las zonas de influencia anglosajona.

Marzo 2019. La limpieza es algo que brilla por su asencia en la mayoría de los lugares. En el hotel en el que me hospedé, me puse a observar la conservación y la limpieza y decidí dejar de hacerlo ya que rozaba lo insalubre, por cierto, una habitación de 140€ el día. Los trabajos de hostelería están cubiertos por inmigrantes, en su mayoría de origen asiático y sudamericano, con un grado nulo de formación, por lo que el servicio suele ser dispuesto, pero falto de calidad y poco comunicativo.

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A la hora de intentar tomar elaboraciones tradicionales de la zona resulta bastante difícil de encontrar, a excepción de la carne. En lo referente a bebidas, fuera de la cerveza (por cierto, a partir de 5€ la pinta) no hay vida, y una confusión completa con denominaciones y orígenes. En el mundo de los aceites y vinagres hay que encomiar la labor de las marcas italianas, pues tienen copado el mercado; solo vi aceite español (Castillo de Canena) en una tienda especializada, a la tan predicada marca España le queda mucho que hacer por esta zona, de hecho es como si no hubiera hecho nada.

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Salida de Santander en coche hacia Bilbao con intención de llegar al menos una hora antes de la hora de embarque. Dejamos el coche a Gopark, un servicio de recogida y entrega de coches lowcost para parking de larga estancia en el aeropuerto de Bilbao que funciona de maravilla y que nos costó 20€ dejar el coche de viernes a las 10:00 hasta el domingo a las 13:30.

Embarque en Airlingus, después de sufrir las clásicas colas del aeropuerto, que luego descubriríamos que en Irlanda son todavía peores, un vuelo de más o menos 1hora y 45minutos que salió con 20minutos de retraso. Cola para el autobús del avión, cola pare entregar el DNI, cola para salir del aeropuerto y cola para coger un taxi. Después de 24km. de taxi con un precio de 24€  llegamos al hotel, The Phoenix Park Hotel, del que ya os he hablado. Aquí podeis ver al cargo de Booking.

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En el hotel nos esperaba mi hija, que está estudiando en la ciudad irlandesa y nos había preparado un tour por la ciudad, en dos días nos hicimos del pelo de 38km. o eso pone en el teléfono. Como ya era tarde nos acercamos a tomar una cerveza a The Brazen Head y acto seguido a comer.

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Una Guinnes rápida antes de comer, lo cual confirmó mi anterior percepción de esta cerveza: que no me gusta. Sin embargo al acabarla me tomé una Smithwicks Atalntic Blonde y me encantó. Primer encuentro con el precio de una cerveza, podeis ver el ticket en la tira, a partir de aquí de susto en susto. El lugar tiene una carta bastante interesante, con varios guisos o elaboraciones irlandesas como: 

Honey Mustard Glazed Bacon & Cabbage. Lomo de tocino glaseado servido con col hervida, puré de patata cremoso, verduras, tomate seco y salsa parsely.

Irish Stew. Trozos de cordero irlandés, verduras cubiertas con puré de patata cremosa. Este plato irlandés es el más tradicional.

Fish & Chips. Bacalao fresco frito en una masa de cerveza casera, servido con salsa tártara, rodaja de limón y papas fritas.

Atlantic Seafood Chowder. Trozos de bacalao fresco, bacalao ahumado, salmón y verduras conforman este clásico irlandés. Servido con pan integral.

Beef & Guinness Stew. Trozos de carne de vaca irlandesa, champiñones y verduras en una rica salsa Guinness y tomillo con un puré cremoso. Servido con pan integral.

Steamed Mussels. Mejillones al vapor con ajo, chalotas, parsely, tomillo, crema y vino blanco

Brazen Bangers & MashSmoked Cod. Deliciosas salchichas de cerdo irlandesas hechas de una receta tradicional de carniceros, servidas con un cremoso puré de patata, verduras, tomate seco y salsa de perejil.

Pero ya teníamos reservado en otro restaurante, lo dejamos para otra ocasión.

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Comida en Morrison Grill. Parece ser que es de la cadena Hilton. Una de las peores comidas que he hecho, que recuerde, y mucho de ello por maltrato al producto, buen producto destrozado en la cocina. El servicio más perdido que yo que sé, había que andar buscándolo ya que entre plato y plato desaparecían. Y luego está la manía de sacarlo todo a la vez, es algo que nos ha pasado en varios sitios, se empeñan en servirte todo a la vez.

Pedí Fish & Chips, un pedazo de bacalao buenísimo, desgraciado, hecho más no poder, y las patatas congeladas, malas es poco decir.

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Una sopa de verduras. Muy buena según los otros dos comensales.

Fisherman’s pie. Un plato británico, una variante de cottage pie o shepherd’s pie que se hace con pescado blanco, como por ejemplo, bacalao o eglefino, en lugar de carne. El pescado está recubierto de puré de patata y super cocido, este llevaba salmón, bacalao y alguna gamba. Todo super hecho, no les gustó nada.

De postre un T-Bone de 33€ que yo me esperaba de tamaño descomunal y que resultó ser diminuto.

Los postres ni fu ni fa.

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A media tarde un chocolate helado, y mi hija un capuchino, en Butlers, un fabricante irlandés de chocolate que tiene tiendas por toda la capital. El chocolate frío la verdad es que estaba bueno y con cada consumición te regalaban un bombón de la casa, que por cierto estaba bien bueno.

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Y de aquí a la zona Temple Bar. Temple Bar es un concurrido barrio junto al río que se extiende por calles peatonales adoquinadas. En los bulliciosos pubs hay conciertos de música folk en directo y sesiones de DJ. En los concurridos restaurantes se sirve comida asiática, norteamericana e irlandesa. Hay tiendas peculiares de ropa y artesanía de diseñadores locales. El National Photographic Archive resalta el pasado de Irlanda y el Project Arts Centre y la Temple Bar Gallery + Studios exhiben arte contemporáneo. A mí me dejó enamorado el sitio, una zona donde hay de todo, quizás la parte más enfocada al turismo, pero no por ello deja de tener un montón de encanto.

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Temple Bar y alredores es una zona que necesita de más de una visita.

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En esta visita nos quedamos sin poder cenar, al no haber sitio, en un restaurante que era nuestra primera opción. Así que paramos en Dollard & Co. Food Hall and Deli, un lugar con un concepto foodie que me pareció genial y donde mejor calidad de producto pude apreciar: quesos, vinos, cervezas, carne, elaboraciones para llevar a casa, pan, etc, cualquier cosa que se vendiera se podía comer en las mesas que había en el local.

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De aquí a dormir al hotel después de haber tomado un  yogur y poco más.

El comienzo del día siguiente fue el desayuno del hotel que entraba en la cuenta: café, zumo de naranja y unos bizcochos de yogour y pasas (bastante ladrillones, pero de muy buen sabor, perfectos para sumergirlos en el café).

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Esa mañana la queríamos dedicar a conocer un poco el centro de Dublín, la parte de tiendas, mercados y musicos callejeros. Uno de nuestros destinos programado era el Market Kitchen, pero de camino me encontré con un local que me llamó la atención y no pude por menos que hacer mi segundo desayuno. El lugar se llama Joy of Cha y solo con ver el expositor no pasas de largo.

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Tome una quiché Loraine, es un tipo de tarta salada derivada de la cocina francesa.​ Se elabora principalmente con una preparación de huevos batidos y crema de leche fresca y espesa, mezclada con verduras cortadas, y/o productos cárnicos, con la que se rellena un molde de masa quebrada. Esta estaba rellena de puerros, espinacas, jamón york y queso. Muy, pero que muy, buena, mereció la pena la parada.

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Después de este segundo desayuno, nos acercamos al Temple Bar Food Market @ Meeting House Square, que se realiza todos los sábados de 9:30 – 15:30, un lugar con un agradable encanto foodie donde puedes tomar el pulso a una oferta más saludable que el habitual Fast Food que impera en la ciudad.

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En este mercado pude tener el primer contacto con los quesos de la región, contacto a primera vista ya que la señora del puesto no estaba muy por la labor de dar explicaciones y por lo tanto de vender, y me quedé con ganas de traer queso a Santander  pues los había que verdaderamente tenían muy buena pinta y todos de aspecto muy artesano. 

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La oferta del mercado me resultó bastante atrayente: pastelería sin gluten, huevos centenarios, quesos, carnes, verduras, frutas, chocolates  y bastantes elaboraciones para comer a pie de calle. Compramos un par de dulces para celiacos y continuamos hacia la zona de tiendas y centros comerciales.

Algo que me resultó bastante chocante es que había muchísima gente comiendo por la calle y a todas horas.

Una vez dentro de la zona de tiendas, South City Market, Centro Comercial Stephen’s Green y, como lugar donde se reunen todas las firmas de lujo emblemáticas, Brown Thomas, una icónica tienda que forma parte de la historia de Irlanda desde 1849. Brown Thomas tiene cuatro ubicaciones en Irlanda y cuenta con las boutiques de lujo más prestigiosas del mundo, como Cartier, Hermés, Chanel y Louis Vuitton. Esta que nos ocupa se encuentra en Grafton Street.

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En esta calle nos encontramos con unos cuantos virtuosos que iban rotando su actuación, cediendo su sitio al siguiente y todos con un denominador común, todos derrochaban talento. Pude ver unas cinco actuaciones y todas mercían la pena. En la tira de fotos del pie os dejo una visión en fotografías de la ciudad.

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Comida en Mr. Fox. Un oasis en medio del desierto. Decididamente sí que hay sitios donde se come bien, pero hay que conocer la oferta gastronómica y estoy seguro que en los pueblos habrá una oferta más tradicional, de más calidad. Lo que sí tienen un poco liado es la oferta de vinos, un poco liado entre paises y denominaciones y muy liado de precios, no tan elevados como me esperaba, pero sí muy elevados.

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Aquí nos pusieron un aperitivo, una mantequilla muy buena. Hay que tener clara una cosa, starter resulta sinónimo de pequeño, casi tapa, como media ración. Así que tomamos cuatro starter y dos large plates ya raciones, pero tampoco desmesuradas. Dentro de los primeros, dos terrina de cangrejo buenísimas, un steak tartare muy bueno pero starter, una mozzarella de búfala ahumada muy buena también. Los segundos, un bacalao extraordinario en todos los aspectos, elaboración y calidad, y un guiso de carne de vacuno también fabuloso. Los postres, más normalitos pero en la misma linea de la comida. Y por cierto, viendo el panorama anterior se me hizo barato. Aquí tome un café irlandés para terminar la comida, algo que no podía faltar.

Cena en The Church, una iglesia reconvertida en tumultuoso bar-espectáculo-comedero. Creo que nunca he comido peor. Después de toda la tarde tomando cerveza en este lugar, unas cinco cervezas distintas a cual mejor sabiendo que mis preferencias son las rubias, decidimos no movernos y quedarnos a cenar, craso error.

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Disponen de alguna elaboración sin gluten, en concreto tres: unas gambas, unas horribles patatas dulces y una ensalada para vacas (creo que ni estas podrían con ella, todo crudo, bien crudo y bien leñoso). Yo tomé un bocata de solomillo, con el pan se confundieron y me trajeron también para celiacos, así que me lo comí a pelo; carne buena, excesivamente hecha, pero buena. Al final se quedó prácticamente todo y nos fuimos a la cama, eso sí, con una buena carga de cerveza, que por parte de los celiacos resultó ser Estrella Galicia. Como las cervezas las fuimos pagando una a una os dejo solo la nota de la cena; las cervezas ya por sí solas fueron más que el importe de la cena. Otra nota curiosa es que fueron retirando los vasos y trayendo la comida, pero en ningún momento nadie le pegó un  balletazo a la mesa, ni a la mía ni a ninguna otra. Me chocó que cuando te sirven tienes que pagar en el momento, debe haber mucho «piernas» por la zona.

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La visita a la ciudad merece la pena, un sitio al que hay que venir en más de una ocasión pues es bastante extenso. El carácter es muy celta, muy a la gallega, abiertos a la vez que a sus cosas. La ciudad es la más sucia que conozco, mires a donde mires encuentras basura. El río que la atraviesa, con marea alta está bien bonito, pero cuando baja se ve la pila de basura que hay depositada en él. Otro aspecto que me apenó fue la cantidad de homeless que hay por toda la ciudad, gente abandonada a su suerte. Algo que me llamó poderosamente la atención fue la circulación caótica que impera en todas partes, ningún peatón respeta los semáforos, los pasos de peatones son apenas dos lineas de menos de un metro de distancia pintadas en el suelo, las biciletas se meten por todos los lugares, las aceras en muchos casos son de hormigón y muy estrechas; si a esto le añades que circulan por la derecha… no se me ocurre cojer un coche en este país ni borracho. Eso sí, la presencia policial es patente a lo largo de toda la ciudad, por lo que puedes ir bien tranquilo.

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Me despido con este bellísimo atardecer, ya que al día siguiente la vuelta a casa empezó a las seis de la mañana cogiendo un taxi a través de una app que proporciona un servico de taxi supereficiente llamado Mytaxi y que funcionó como un reloj. Como diría el Príncipe de Bel Air: «Y salí de aquel taxi que olía a cuadra», y más colas…….. Al final llegamos a casa eso de las 13:30. 

¿Que qué me pareció la visita a Dublín? Resumiendo en una frase: Muy recomendable.

Por El Mule

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