Hemos Comido…en La Flor de Tetuán, un restaurante que poco a poco va marcando diferencias con el resto de la oferta de la calle.

Agosto. 2018. Puedes tomar champagne por copas, o pedir cualquier ración de la carta para tomar en la barra. Es uno de los que más calidad oferta en pescado y marisco de la calle. Puedes comer en la barra, en un comedor totalmente acondicionado o en la calle en una terraza urbana.

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Nada más sentarnos nos sirvieron un aperitivo de pastel de cabracho, elaborado en la casa.

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Para comer tomamos unas copas de Piper-Heidsieck, un champagne al que últimamente le estoy cogiendo gusto.

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Comenzamos con una ración que, siempre que está disponible, pido pues me encanta y es algo difícil de encontrar últimantente; hace unos años eran el estandarte de cualquier restaurante que ofertara pescados pero hoy en día han caido en el olvido, las huevas en vinagreta. Me da igual de qué pescado sean, habitualmente merluza y dorada, pero todas están buenísimas y estas ciertamente que lo estaban, con su toquecillo de vinagre, pimiento y cebolla, no hace falta nada más.

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Continuamos con el vicio familiar, y para mí el pescado más representativo del Cantábrico, unos bocartes. Bien planchados por la parte de la carne, acompañados pimientos tipo Padrón, que últimamente te los ponen hasta con el café. Los bocartes eran un pecado.

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Y pasamos al plato estrella de la comida, unas cigalas de buen calibre. Un par por cabeza. Cocidas, punto perfecto, tersura y sobre todo sabor, mucho sabor. Por supuesto que a todos se nos hizo poco, pero es que la cigala se ha puesto a un precio muy alto. La calidad era indudable. 

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Uno de los comensales se empeñó en tomar unas almejas, es algo que desde que no se encuentra almeja fina la de la bahía o de Santoña no me gusta pedir por que me quedo falto de sabor, pero nos aseguraron que eran de las «güenas», y sí, doy fe de que lo eran. Las hicieron muy justas de punto. Otra de las razones de no pedirlas en salsa es que cada día me gustan más crudas y para tomarlas así han de ser de buen calibre.

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Para terminar, unas chuletillas de lechazo. Buenísimas, otro antojo de otro comensal, lo tachamos de antojo pero al final lo tomamos todos y bien que nos gustó, ya que estaban a nuestro gusto.

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Para terminar, todo un clásico de la cocina ochentera: el souflé. No pudimos ni con la mitad, buenísimo. Alguno dirá que es un postre rancio, todo lo rancio que querais, pero uno de mis favoritos finales de comida.

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Al final llegó la cuenta, una abultada cantidad, pero quien algo quiere algo le cuesta y como siempre digo en estos casos: no hay bacalao gordo que no pese. La Flor de Tetuán ha terminado adquiriendo una personalidad propia, diferente a su estadio anterior, con la sabia impronta de Maite.

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Por El Mule

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