Hay lugares que imponen por su historia, pero ayer, el Palacio de La Magdalena se llenó de un tipo de nobleza distinta: la del esfuerzo, el producto local y el fuego lento. Bajo el cielo de Santander, más de 130 invitados se reunieron para celebrar la VII edición de los Premios de la Academia Cántabra de Gastronomía, una cita que ya es el termómetro del latido culinario de nuestra región.

El Corazón de la Industria y la Vanguardia
La velada tuvo momentos de profunda emoción, especialmente cuando José Luis Rodríguez, director comercial de Café Dromedario, subió a recoger el Premio Especial de la Academia. No es solo un reconocimiento a una gestión, sino a ese aroma a café recién tostado que forma parte del ADN de los amaneceres cántabros.
En el lado de la innovación, el nombre propio fue el de Eduardo Quintana. Desde su refugio en La Bicicleta (Hoznayo), Quintana ha demostrado que la vanguardia no está reñida con el entorno rural, alzándose con el premio al Mejor Cocinero. Su cocina es, como su restaurante, un viaje de equilibrio y sensibilidad.
Tradición con Rostro de Mujer y Manos de Artesano
La gastronomía es memoria, y nadie lo entiende mejor que el equipo de El Pucheru Cuatro Almas. El proyecto liderado por Marta e Irene Cuesta, junto a Fernando Fernández y Fran Renedo, se llevó el aplauso a la Cocina Tradicional. En un mundo de espumas y esferificaciones, el reconocimiento a su «pucheru» es un recordatorio de que el sabor de casa es el lujo más honesto.
Por otro lado, Torrelavega estuvo presente a través de la maestría de Luis Santos. Hablar de Santos es hablar del hojaldre, esa arquitectura de mantequilla y harina que él domina como pocos, convirtiéndose en un referente indiscutible de nuestra repostería.
El Arte de Servir: Más allá del Plato
Un gran plato no es nada sin el ritual que lo acompaña. La Academia quiso premiar este año la excelencia en el servicio con dos figuras clave:
- Andrés Rodríguez: El sumiller mexicano, jefe de bodega del triestrellado Cenador de Amós, fue premiado por su capacidad para maridar historias y viñedos, aportando una visión cosmopolita a nuestra mesa.
- Daniel Mantecón: Desde la Posada del Mar, Mantecón representa la veteranía y el señorío de la sala santanderina. Es el camarero que conoce el oficio, ese que sabe que la hospitalidad es, en última instancia, el ingrediente secreto de cualquier cena inolvidable.

La noche cerró con un brindis colectivo. Cantabria no solo cocina bien; Cantabria entiende la gastronomía como un compromiso con la tierra y una forma de cultura.
José Luis Rodríguez: El estratega del aroma

Detrás de la expansión de Café Dromedario (una de las empresas más antiguas de España, fundada en 1871) está la visión de José Luis Rodríguez. Más que un director comercial, ha sido un embajador de la cultura cafetera. Su empeño ha sido transformar el «café del bar» en una experiencia de especialidad, logrando que una marca con sede en Cantabria compita y gane en los escenarios internacionales más exigentes.
Eduardo Quintana: El ciclista de la alta cocina

La historia de Eduardo Quintana y su restaurante La Bicicleta es la de una apuesta por el origen. Tras formarse en cocinas de renombre, decidió junto a su pareja, Cristina Cruz, rehabilitar una antigua casona en Hoznayo. Su cocina se define por el respeto absoluto al producto de cercanía, pero pasado por un filtro de técnica moderna que le ha valido el reconocimiento de la crítica y una Estrella Michelin. Eduardo cocina como pedalea: con resistencia, ritmo y la mirada puesta en el paisaje.
Andrés Rodríguez: El puente entre México y Villaverde de Pontones

Llegar a la jefatura de bodega del Cenador de Amós (3 Estrellas Michelin) no es tarea fácil, y menos para alguien que cruza el Atlántico. Este sumiller mexicano ha conquistado el paladar cántabro gracias a su sensibilidad para entender el vino no como un producto, sino como un lenguaje. Andrés es capaz de encontrar el hilo conductor perfecto entre un vino de la tierra de Liébana y la sofisticada cocina de Jesús Sánchez.
Luis Santos: El arquitecto del Hojaldre

Si Torrelavega es la capital del hojaldre, Luis Santos es uno de sus sumos sacerdotes. Su biografía se escribe entre capas de mantequilla y una técnica milimétrica. Santos ha dedicado su vida a perfeccionar esa textura crujiente y delicada que define a la pastelería cántabra, manteniendo viva una tradición artesanal que exige paciencia, frío y unas manos que entiendan la masa.
El Alma del Pucheru: Sabores que detienen el tiempo

En un rincón donde el fuego lento es la ley, Marta e Irene Cuesta, junto a Fernando Fernández y Fran Renedo, han logrado algo que parece sencillo pero es casi heroico hoy en día: que un guiso nos transporte a la infancia. El Pucheru Cuatro Almas no es solo un restaurante, es un santuario del producto cántabro. Aquí te contamos qué los hace únicos:
- El culto al guiso cantabro: Si hay un plato que define su identidad es el guiso de nuestra tierra. No hay atajos: la alubia es de una finura extrema y el «compango» se selecciona con un rigor casi místico. El secreto, dicen quienes conocen sus fogones, está en el desgrasado meticuloso, logrando un plato potente pero elegante.
- La temporalidad como dogma: En su cocina no manda la carta, manda el calendario. Si es época de setas, el monte entra en la cocina; si el mar Cantábrico ofrece su mejor versión, el pescado del día se convierte en protagonista y la carne de tudanca como insignia de Cantabria siempre esta presente
- El concepto «Cuatro Almas»: Este nombre no es casualidad. Representa la unión de cuatro visiones distintas que convergen en un mismo objetivo: preservar el patrimonio gastronómico de Cantabria. Su local se ha convertido en una parada obligatoria para quienes buscan la verdad en el plato.
- La técnica del «chup-chup»: Mientras la gastronomía moderna a veces busca la rapidez, en El Pucheru se apuesta por la paciencia. Sus guisos de cuchara suelen llevar horas de cocción controlada, permitiendo que los jugos se traben de forma natural, creando texturas melosas que solo se consiguen con tiempo y cariño.
«En El Pucheru no se viene solo a comer, se viene a recordar. Cada cucharada es un homenaje a las mujeres que, durante generaciones, mantuvieron encendido el hogar con un poco de leña y mucho saber hacer.»
