El Picadillo torreznos, tradición y técnica en las Fiestas del Pilar

En pleno casco zaragozano, El Picadillo mantiene viva la cocina popular con una propuesta sencilla, honesta y bien ejecutada. Cada semana se fríen más de 50 kilos de torreznos, y durante las Fiestas del Pilar esa cifra se multiplica. En un año, superan las dos toneladas. No es una exageración: es constancia.

Durante las fiestas, el bar realiza un “manto simbólico” con torreznos, una iniciativa que une gastronomía y solidaridad. El torrezno, aquí, no es solo un producto: es una declaración de intenciones. Se fríe en sartén, sin horno ni atajos, con la piel bien seca para lograr ese crujido característico. La técnica exige controlar la temperatura del aceite y el tiempo de reposo: si se hace bien, la corteza se hincha y se quiebra sin volverse correosa.

 

En mi ultima visita, desayuné una tortilla de picadillo con papada. El picadillo, elaborado con carne de cerdo adobada, aporta intensidad y textura. La papada, cocinada lentamente, añade untuosidad y sabor. Es un desayuno contundente, ideal para afrontar una jornada larga o, como diría un aragonés, para cruzar los Monegros sin desfallecer.

Los torreznos los dejé para otro día, aunque ya los había probado aquí: crujientes, dorados, sin exceso de grasa y con ese punto de sal que invita a repetir. No hay trampa ni cartón: producto, técnica y respeto por lo que se sirve.

El Picadillo no busca reinventar nada. Su mérito está en mantener viva una forma de cocinar que cada vez cuesta más encontrar. Y eso, en tiempos de prisas y modas, tiene mucho valor.

Por El Mule

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