Hemos Comido en Anna, hasta que no termine de probar toda la carta no pararé de ir a Anna, pues cada día es una sorpresa.
Diciembre 2015. En esta ocasión la sorpresa nos la dió mi padre, muy tradicional en lo que es la gastronomía, pero esta vez se atrevió con algo nuevo para él y le resultó de lo más gratificante. Le engañamos en alguna cosilla pero al final lo que más le gusto fue aquello en lo que le engañamos.
Cuatro comensales, dos celiacos. Comenzamos con un tartar de atún, cebollino y una gota de mostaza que se adivinaba en boca, corte justo de tamaño. A mi padre le dijimos que estaba marinado, pues lo primero que preguntó es si estaba crudo. Le gustó y al final de la comida me dijo que le había encantado y que era lo que más le había gustado de la comida. Ciertamente el atún estaba perfecto.
Continuamos con unas vieiras a las que nadie puso ninguna objección y que gustaron a todos.
Otra gran sorpresa fueron las mollejas con calamares. Hubo caras raras hasta que lo probaron y las caras cambiaron a completa satisfacción.
Y comezamos con los pricipales. Mi padre pidió verduras, demasiado al dente para su gusto, pero terminó comiéndolas y reconociendo que era distinto a lo que estaba acostumbrado, pero que aquí se notaba el diferente sabor de cada verdura mientras que de la manera tradcional (recocidas y con ajos) saben casi exclusivamente a ajo. Le gustaron, pero no le agradaba la textura, cuestión de costumbre.
Yo tomé bacalao confitado con huevo poché. Perfección es la mejor manera de definir esta elaboración, un ligerio pil pil y un pequeño toque de calor, lomos que se deshacen en lascas y el huevo que añade más gelatinosodad al conjunto.
Uno de los comensales celiacos tomó arroz con calamares y langostinos. Una clásica elaboración caracterizada por el contundente sabor a calamar, una de mis preferidas, también resultó del gusto del comensal.
El otro comensal celiaco tomó pescado (jargo) a la plancha. Una clásica elaboración que no dejó indiferente al comensal que alabó los puntos y el sabor.
Con los postres, un tiramisú delicioso que me tomé yo y una torrija que se tomó mi padre, los dos dentro de lo que nos tiene acostumbrados Gustavo.
En fin, la comida resultó como siempre ocurre en este lugar, un éxito, incluso una persona de avanzada edad, como es mi padre, acostumbrada a otro tipo de gastronomía le resultó exquisita. Al final pagó él, contento como estaba con la comida.