Hemos Comido…en Marisquería Adolfo, lo estaba deseando desde hace bastante tiempo, ya que siempre salgo con una sonrisa de oreja a oreja, pues su oferta es muy superior a la media.
Mayo 2018. La carta está adaptada a la legislación actual, teniendo más fácil decidir qué comer, entre otras cosas si eres celiaco y como sabeis habitualmente mis acompañantes los son, pero yo venía con fijación de bocartes y centollo.
Pero no había bocartes, eso sí, tenían un centollo de buen tamaño, originario de un barco de Comillas que surte de ciertos pescados y mariscos al restaurante. Ya que no había bocartes pedimos un par de cigalitas, que estábamos en época y no eran excesivamente caras.
Para acompañar a la comida un Blanc Pescador. Todo un clásico del restaurante, con nuevo aspecto, es un vino que me gusta y que acomapaña perfectamente al marisco y pescado.
Las ineludibloes patatas fritas artesanas, si no llega a haberlas a mi mujer le da algo, pues es de los pocos sitios donde dedican tiempo a elaborar artesanamete este manjar.
Y llegaron las dos cigalas. Perfectamente hechas a la plancha, sin abrir y en ese punto intermedio donde el cuerpo tiene la textura más tersa y la cabeza algo más tierna. Por cierto, es de las pocas veces que me entretengo con las pinzas ya que estas sí que tenían carne. Delicioso sabor a mar.
Hablando de sabor a mar y al borde de la época del centollo, resultó estar perfectamente cocido y lleno, las cuevas bien llenas y las patas tambien, la cabeza sabrosa y con el consabido sabor sin aditivos. «Ferpectamente», que diría Obelix.
Para terminar un besugo, también procedente de la flota comillana, acompañado de lechuga de verdad y cebolla, con el vinagre de siempre, el de vino blanco, un ligero toque de aceite y sal, como mí me gusta.
El besugo no era excepcionalmente grande, pero tampoco había mucho donde elegir. Prefiero poco y bueno a mucho y regulín. Muy bien preparado, a la plancha. Esta vez lo acompañaron de una bilbaina, nosotros no lo advertinos y a ellos se les pasó, pero estaba verdaderamente bueno y no era tampoco la clásica con vinagre y toneladas de aceite que mata el sabor del pescado.
Solo hay que ver el color de las agallas para darse cuenta de la frescura del pescado, que estaba de lujo.
Finalicé con un sorbete. La comida, como siempre en este lugar, merece la pena. La atención es muy buena, han nacido con la profesión en la sangre y toda su vida está centrada en esta marisquería. Para mí es el restaurante más recomendable del pueblo de Comillas, además esta vez encontré aparcamiento en zona donde no hay que pagar, no como la vez anterior, un día redondo.