Hemos Comido…en el Valle de Villaverde, anteriormente conocido como Villaverde de Trucíos.
Nos llevó Carlos Recio de Casona Micaela a tomar un chorizo frito para desayunar, y resultó que el chorizo frito era casero y una maravilla de la cocina truciana. Como especialidades, la menestra y el bacalao.
Como una isla verde, como un territorio desgajado, Valle de Villaverde (antes Villaverde de Trucíos) es un municipio con una especial idiosincrasia, ya que se encuentra situado al este de la región de Cantabria, a la que pertenece, pero fuera de sus límites territoriales, es decir, se trata de un enclave cántabro en la provincia de Vizcaya. Cuenta con una extensión de 20 kilómetros cuadrados en la que habita una población cercana a los 400 habitantes que se distribuyen en pequeños barrios: La Altura, El Campo, La Capitana, Los Hoyos, La Iglesia, Laiseca, Mollinedo, Palacio, Villanueva y La Matanza, siendo éste el más importante. Se trata de un municipio que por su carácter de enclave se encuentra entre dos puntos geográficos marcados por un floreciente turismo de naturaleza o agroturismo, como son la zona de las Encartaciones de Vizcaya y la comarca del Asón-Agüera. Las playas de Oriñon, Islares y Sonabia se encuentran situadas apenas a 20 minutos de distancia.
Es un municipio eminentemente rural, donde sus habitantes se dedican mayoritariamente a la ganadería y agricultura, por lo que es frecuente verles realizar las tareas propias del caserío de forma tradicional, lo que traslada a tiempos que parecían pasados. De la misma manera, su extraordinario entorno rural natural invita al visitante a descubrir sus paisajes siguiendo los numerosos senderos que lo recorren.
La ganadería y la agricultura es su principal fuente de ingresos, siendo el ganado de leche el que se explota mayoritariamente. El porcentaje de la población activa que se emplea en los sectores secundario y terciario es muy bajo, casi insignificante, si se compara con su principal sustento.
En el barrio de La Matanza se sitúa el centro del pueblo, donde se encuentra la iglesia parroquial, las antiguas escuelas, y el Ayuntamiento. Allí se encuentra el restaurante Calera, típico negocio de hostelería de Valle de Villaverde, donde se puede degustar buenas carnes, pescados frescos, alubias rojas, bacalao y cocido montañés. El menú del día asciende a 11,50 euros. Calera dispone de habitaciones.
Todo esto queda reflejado en el Centro de Interpretación de la Etnografía de Valle de Villaverde donde se han rescatado muchas de ellas para mostrarlas tal y como eran, ofreciendo al público la oportunidad de conocer en profundidad oficios tan populares como la elaboración de carbón vegetal, la producción de sidra y chacolí, cómo era una serrería o cómo era la vida cotidiana en los hogares de la villa, además de hacer un repaso por las tradiciones más populares de sus habitantes.
Con el fin de recuperar ancestral tradición, se celebra en Valle de Villaverde en el mes de julio la Feria de la Hoyo en la que reconstruye días antes una hoya para ser abierta ese mismo día. Destaca la exposición y venta de productos agroalimentarios, artesanía de las comarcas de Encartaciones y Asón-Agüera y exhibición de ganado local y perro villano. Se elabora carbón vegetal mediante el tradicional método de la hoya.
Además de una tradición representa una forma de vida muy arraigada de Valle de Villaverde durante décadas. El carbón vegetal se obtiene mediante la combustión incompleta de la madera en carboneras que se construían en los montes, donde los carboneros pasaban largas temporadas. Se empleaba para la elaboración del carbón madera de castaño, encina, roble y sobretodo bortos, arbusto que alcanzaban los dos o tres metros de altura.
Otra alternativa para comer es el restaurante La Capitana, en el barrio del mismo nombre. Este establecimiento ganó el concurso regional de pinchos con un exquisito bacalao al pil-pil, que se ha convertido en su plato estrella. Carnes, pescados y cocido de Villaverde y postres caseros completan una carta muy recomendable. En días laborables, el menú del día cuesta 9,50 euros, y los domingos, se come a la carta o un menú especial.
Los bolos ha sido y sigue siendo el juego más arraigado y de mayor tradición popular de Cantabria. Pero es mucho más que un juego; representa un punto de encuentro, un acontecimiento social que reúne a los vecinos y forasteros en torno a la bolera.
A diferencia de otros valles de Cantabria, donde la modalidad más practicada es el bolo palma, en la comarca Asón-Agüera, al igual que en algunas zonas de Vizcaya y del norte de Burgos, se juega al «pasabolo tablón», una modalidad desconocida para muchos pero muy espectacular y de alto interés etnográfico por la pasión que despierta entre público y jugadores.
Básicamente consiste en impulsar una bola de madera de entre 4,5 y 7 kilos de peso sobre un tablón para lanzar los tres bolos colocados en línea lo más lejos posible. Los bolos caen en el área de la bolera denominada zona de rayas, que marca la puntuación de cada uno. El valor de cada jugada es la suma de la puntuación de cada bolo.