Hemos Comido…en Fisterra, en Tira do Cordel, mi particular fin del camino de Santiago, lugar de peregrinaje gastronómico.
Marzo 2016. Muchos peregrinos consideran que el final del Camino de Santiago es el faro de Finisterre (el faro del fin el mundo), el camino pasa justo delante de Tira do Cordel, y yo termino mi peregrinar gastronómico en su puerta, en la esquina más occidental de España.
Todo nació en torno a un chiringuito de playa, este fue creciendo hasta que tomó la dimensión que tiene actualmente. El día que comimos esperaban atender 250 reservas.
Como siempre llegamos pronto, con la intención de subir al faro y de dar un paseo por la playa, pero hacía un dia de perros: niebla, lluvia que caía de todas direcciones, lo único que no hacia frío. Mientras esperábamos, pues se había ido la luz y yo ya estaba temblando, pregunté si ello influiría en la comida, a lo que me respondieron que únicamente a la hora de limpiar la vajilla y que ya contaban con una brigada de limpieza. Bueno, mientras esperábamos tomamos unos vinos en la barra, un ribeiro Finca Viñoa y un albariño Señorio de Sobral.
La carta se ha reducido a más de la mitad centrándose en lo que mejor hacen, pescados a la brasa, mariscos y mercado, como debe de ser, todo producto de pie de lonja.
Han habilitado un comedor con vistas a la playa de Langosteira, donde pegados a la ventana estuvimos a las mil maravillas.
A lo largo de la comida tomamos un Pazo do Mar Expresión, un ribeiro que acompañó perfectamente a la comida, amarillo pálido con reflejos verdoso, en nariz: aromas de frutas blancas, sabores minerales, acidez óptima y un acabado agradable.
Comenzaron presentandonos a los que iban a ser nuestro segundo plato, dos oyocántaros, bogavantes, abacantos o lubrigantes, como querais llamarlos dependiendo del origen del interlocutor, que pesaban un 1,850 entre los dos. Aquí lo elaboran al horno, pero luego hablaremos del crustáceo en cuestión.
Comenzamos con medio kilo de percebes de un tamaño muy bueno, no eran descomunales pero sí que eran grandes, aquí el tamaño sí que importa, justamente cocidos y calientes que es como a mi me gustan, buenísimos.
Quedé bien a gusto con la cantidad de percebes, aunque siendo realista soy capaz de comerme los que me echen. Entre plato y plato me acerqué a la brasa a ver la evolución del pescado que habíamos pedido como plato final y allí estaba en la brasa esperando a su justo punto de cocción, junto a otros pescados.
A la vuelta de la cocina enseguida nos llegó el bogavante al horno. En un principio me pareció que estaba poco hecho debido a la palidez y a la falta de costra en la parte interna, pero me cayé y lo probé. ¡Madre mía como estaba! Cada vez que como aquí bogavante es para mí la mejor vez, se me olvida todo lo anterior, existe un borrado de memoria, me concentro en el sabor del momento y este es la repera, jugoso, sabroso, terso, y con ese inconfundibre sabor a mar y la parte de la cabeza acumula todavía más sabores, aspectos más brutos de este por mi entendido como sabor a mar.
No tengo palabras para describirlo, pero ahora escribiendo sobre ello y recordándome no puedo por más que evocar aquel sabor y se me hace la boca agua.
En fin, la meca del bogavante de encuentra en el fin del mundo, en Fisterra, por lo menos para mí.
En lo referente al pescado tomamos de fin de comida un cabracho, de buen tamaño, acompañado de cachelos como mandan los cánones gallegos.
Llevaba años intentando comer cabracho en este lugar, pero en otras ocasiones me había ganado la democracia en favor de la lubina y del besugo, de los cuales no tengo ninguna queja, más bien al contrario.
El cabracho, ascacio colorado, kabrarroka o diablo de mar es un pez de sabor similar al marisco y de carne tersa, sabor subido y que estaba preparado justo de punto, es algo que aquí dominan como nadie tanto en la brasa como en el horno. Cabracho, sal y fuego, para mí es la más sublime expresión de la preparación de un pescado. La brasa me gustó hasta decir basta.
Nota abultada, pero la comida lo fue, creo que el RCP es de lo más correcto, mucho dinero pero no es caro. El servicio como siempre correcto y pendiente en la medida de lo posible, debido al lleno total, es lo que tienen las fechas señaladas como vacaciones.
Después de la comida subimos al faro de Finisterre a comprar unas conchas en la tienda que lleva allí desde el comienzo de los tiempos, creo que cuando se acercaron los romanos ya había allí alguien vendiendo conchas. Y se veía lo que podeis ver, nada y caía agua en todas direcciones. Es la primera vez que me pasa, siempre que he venido aquí hacía un sol radiante, menos esta vez.
San Roque 2, Fisterra, Coruña 981740697