BODEGAS CREGO EMONAGUILLO S.L. Denominación de Origen Monterrei.

Elaborado con Mencía, Arauxa (Tempranillo) y Merenzao. Color rojo granate y ribete violáceo, buena capa y buena lagrima.

Nariz intensa y compleja, frutos rojos de mora, fresa y frambuesa, notas vegetales y espaciadas de café, cacao, chocolate, mineral y ligeramente floral, jazmín.

Boca envolvente, glicérica y aterciopelada, de estructura media, taninos dulces. Goloso y fácil de beber, retronasal de frutas y especias, buena persistencia.

Hace muchos años, la unión y amistad de dos familias, sientan las bases de lo que años más tarde será Crego e Monaguillo. En esos momentos los vinos de Monterrei, con una fuerte tradición vitícola, no gozaban del prestigio ni reconocimiento que tienen en la actualidad. Su destino era el autoconsumo, y para su caso, la venta de los excedentes a granel.

Ernesto Atanes (padre) y Manuel Rodríguez, amigos simplemente, de alguna forma fueron los que sentaron las bases de lo que años más tarde sería Crego e Monaguillo. Entendían el vino como un placer, algo que compartir alrededor de una mesa con los buenos amigos, así, juntos cuidaban y mimaban sus viñas, sin embargo, sus vinos los elaboraban por separado. En las reuniones familiares siempre la misma discusión «cuál de los dos hacía mejor vino».

Años más tarde sus hijos, Ernesto Atanes (Crego) y Ernesto Rodríguez (Monaguillo) fundan Crego e Monaguillo. A estas alturas ya sabrás que Crego significa clérigo, sacerdote, cura.

Tuve el privilegio de ser invitado a la inauguración de la bodega, hace ya algunos años. En total éramos 50 personas, los que cabíamos en el autobús. Al llegar a la bodega nos dieron una camiseta roja o blanca, según el color del vino que fueras a tomar, y una copa. Acto seguido al autobús y a recorrer parroquias, véase bares que tenían su vino. Delante del autobús una furgoneta abriendo camino, con una charanga amenizando la excursión.

Entrabas al bar y según el color de la camiseta te servían tinto o blanco y, en todos y cada uno de ellos, una mesa repleta de comida, empanada gallega, jamón, lacón… para que comieses lo que quisieras. Tenías que beber todo el contenido de la copa, no valen argucias. El monaguillo tocaba la campanilla y al autobús a otra parroquia.

No podías llevar dinero, solo el teléfono y la tarjeta de la Seguridad Social. Al llegar a Verín, las parroquias ya están unas al lado de las otras, así que dejamos atrás el autobús. La policía paraba el tráfico con esta premisa: “primero los borrachos”.

Así hasta que el cuerpo aguante. Daban un premio a los tres últimos finalistas, aquellos que más parroquias visitaban y, lógicamente, más vino trasegaban.

Creo recordar que el primer premio era de una semana en Londres, ciudad donde ejercía su profesión el Crego, con todos los pagados. El segundo premio una semana en Andorra y el tercer premio una noche con el Monaguillo.

Yo no pude pasar de catorce parroquias, no podía rezar tanto.

Por AlFonso Fraile

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