Hemos Comido…en este nuevo espacio gastronómico en San Martín, ocupando el lugar del antiguo Baruco.
Enfocado a compartir, con una carta llena de raciones de siempre con un enfoque distinto, ellos las definen como picoteo. Otro de los apartados es para comer con las manos, donde cabe destacar la quesadilla de marisco y el mollete de rabo de toro. Como platos contundentes tenemos la costilla a baja temperatura, el arroz meloso marinero y la lasaña crujiente. Hay más, pero estos son los que más me han llamado la atención y los que he visto desfilar en un comedor donde a las tres de la tarde no cabía un comensal más.
Comenzamos con una burrata cántabra al pesto. Ya había probado esta burrata y siempre he elogiado la calidad de esta, el pesto también resulta muy agradable además de estar inyectado de una manera muy poco habitual, el tomate y las fresas acompañaban como anillo al dedo.
Continuamos con unos torreznos al estilo japonés. Tal y como se indica en la carta, es una fusión brutal, picantillos y bien hechos. Diferentes y deliciosos.
Nunca suelo pedir alitas, pero era una de las pocas opciones sin gluten y mi acompañante es celiaca. Todo un acierto, crujientes y picantillas sin pasarse y sin ser un picante de los que te molestan en el estómago. Muy buenas.
Para terminar steak tartar de solomillo madurado, con encurtidos y compota de tomate. Muy a mi gusto, sin demasiados añadidos, con sabor a carne y la compota de tomate acompaña de maravilla.
De postre tarta de la abuela y Libni de maracuyá.
Existe un postre solidario, donde la mitad del importe va directo a una causa solidaria.
Yo me crié por esa zona, estudié en los Capuchinos y todos los personajes de la zona me son conocidos, aquí hacen referencia a Maula, de nombre Calisto.
Nació en el barrio de San Martín. No le gustaba trabajar, solo pescaba por gusto y para llenar la barriga.
Le gustaba visitar casa ajena para comer lo que se terciase. Probaba, opinaba y se marchaba.
Un día desapareció, algunos dicen que una deuda otros que un marido enfadado.
La cosa es que se subió a un barco y tardó 20 años en volver. Regresó contando historias de ingredientes, platos y brebajes que nadie conocía.
Como pocos lo creían abrió una tasca para demostrar lo que decía.