Hemos Comido…en Valladolid, en uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad, La Parrilla San Lorenzo.
Hace ya un par de meses de nuestro viaje a Pucela, pero resultó todo un redescubrimiento con una gran carga gastronómica, y dentro de esta ciudad de Castilla y León volcada en la gastronomía, uno de los lugares al que no podíamos dejar de visitar es este mítico asador,
San Lorenzo fue quemado vivo en una hoguera, concretamente en una parrilla, cerca del Campo de Verano, en Roma. La leyenda afirma que en medio del martirio, dijo: «Assum est, inqüit, versa et manduca» («Asado está, parece, gíralo y cómelo»).
En este restaurante se puede degustar auténtico lechazo con sello de garantía de calidad y origen, elaborado a fuego lento en horno con leña de encina. El lechazo auténtico debe haber tenido como única alimentación la leche materna, lo que garantiza una carne tierna y jugosa.
El lechazo siempre cuenta con el sello de Indicación Geográfica Protegida (I.G.P) Lechazo de Castilla y León, certificado de calidad y origen. Procede exclusivamente de las mejores razas y cruces entre estas: churra, castellana y ojalada.
El restaurante es famoso por albergar una cuidada bodega con una gran selección de referencias.
Este restaurante se encuentra alojado en los bajos de un convento declarado Monumento Nacional y sorprende por sus comedores abovedados y recargados de toda suerte de objetos de época.
Hasta la carta llama la atención, una cuidada edición con la explicación de muchas de las elaboraciones y una carta de bodega igualmente completa.
Tomamos dos vinos. Primero un clarete LUNA de Cigales, muy fresco, sabros y redondo, con mucha fruta roja, pera y notas florales que no desentonó lo más mínimo y que nos resultó un perfecto acompañante en el inicio de la comida. Después pasamos a un Tinto Roble 2017 Viña Mayor, más poderoso, un Ribera. La añada 2017 calificada como «Muy Buena», un monovarietal de Tempranillo, elaborado por la bodega Viña Mayor, un clásico ribera; un vino de gran volumen y una acidez media, perfecto para este tipo de asados.
Una mini torta en aceite presidía la mesa.
Y en breve aparecieron unos riñones de lechazo a la brasa. Solo pensar en ellos me pongo a salivar. Con ese justo punto que les da encontrarse partidos a la mitad y envueltos en la característica bolsa de grasa que los aisla del fuego directo, permitiendo que se asen en el interior. Buen producto y mejor sabor.
Una vez terminados los riñones, que de cualquiera manera siempre se nos iban a hacer pocos, pasamos al principal de la comida.
El lechazo, un cuarto elaborado con maestría, avalando la calidad de un ganado único. Sobre el plato producto y fuego lento, un conjunto siempre ganador.
Uno de los compañeros de estancia nos permitió fotografiar su perdiz, que estaba diciendo a gritos:» Cómeme», y que despedía un aroma que invitaba a participar.
De postre tarta de queso y tarta de las monjas, las dos muy buenas.
La dolorosa no resultó tan dolorosa, fue muy leve, un RCP muy ajustado para un lugar de estas características y un producto de calidad.