Hemos Comido…en La Cierbanata, un clásico del chiquiteo de Castro y típico de los soportales
Hace un siglo, en el puerto de Castro los bares eran contados. Importante pueblo ballenero del Cantábrico, los pescadores acudían a las escasas tabernas de la zona porticada, en la calle Correría, donde se despachaba vino y se cocinaba lo que llevaban los arrantzales. Estos solían tener cuenta y pagaban cuando llegaba la época de anchoa. Incluso celebraban sus bodas aquí.
Hoy, Castro Urdiales es una localidad turística cien por cien y una buena ruta para complacer a muy distintos paladares. Bastante distinta a ese 1923 en el que la zierbenarra Elena Barquín, abrió las puertas de La Cierbanata. José Ignacio Cortés, se hizo cargo de este establecimiento, empeñado en que «la modernidad no riñera con el emblema que tenía el bar», de modo que ha logrado preservar el sabor de taberna portuaria, con sus paredes cubiertas de azulejos artesanales cordobeses, sus cerámicas del artista castreño Paco Labiano y sus motivos marítimos, al tiempo que lo ha dinamizado con música en directo, un intercambio de libros atípico, la presentación de obras de teatro y la visita y flujo de jóvenes actores, directores de cine, fotógrafos, pintores o guionistas.
A menudo suele acercarse Esperanza Pedreño, la famosa actriz de Camera Café y Una palabra tuya, junto con su pareja, el también actor Mario Zorrilla. Otro de los amigos-clientes es César Martínez, dos Goyas por dos de sus cortometrajes. Los músicos se cuentan en este grupo creciente.
Tras reabrir el bar, José pensó que «cualquiera no puede leer comprando libros todo el rato». Entonces, Sermán Varela (hijo del jurista Luciano) comenzó a llevar algún libro, y subía otro a casa. «Primero pusimos una balda, luego otra, y otra… La gente viene y coge un libro que le apetece, dejando otro que le parece que puede aportar algo», narra el propietario. Una caja está llena de los que no caben en las baldas, aunque hicieron una criba con los religiosos, políticos y de autoayuda.
José se siente orgulloso porque Mario Zorrilla leyó por primera vez en su bar La mujer del sexo tatuado, monólogo que después ha triunfado en La Latina y el Teatro Arenal de Madrid, dirigido por Luis Araujo: «Mario es mi embajador capitalino».
A la hora de comer el buen jamón sobre madera, los mejillones con tomate y las croquetas de calamar en tinta.