La Lleldiría, donde la nieve parece tener llave propia.

Aitor siempre bromea con que, cada vez que nieva en Merilla, esperan verme aparecer por la puerta. Y, fiel a la tradición no escrita, hoy he vuelto. El valle amanecía cubierto por un manto blanco que hacía aún más hermoso este rincón de los Valles Pasiegos, como si la propia montaña quisiera anunciar que algo especial se cuece —o mejor dicho, se fermenta— aquí.

Dentro, Aitor, Sara y el resto del equipo ya tenían el día encarrilado: mise en place avanzada, reservas organizadas y ese ambiente cálido que solo se consigue cuando la casa funciona como un pequeño ecosistema. En gastronomía, ese “ambiente” no es una palabra vacía: es la suma de orden, oficio y hospitalidad, y aquí se respira desde que cruzas el umbral.

La Lleldiría no es un restaurante al uso; es una fermentería, un concepto que en los Valles Pasiegos adquiere un significado propio. Aquí se trabaja con fermentaciones naturales —desde panes y quesos hasta bebidas y conservas— entendidas no como moda, sino como una prolongación lógica de la tradición pasiega: aprovechar, transformar y respetar el producto local. Lo que antes era pura necesidad hoy es técnica, identidad y sabor.

Viandas locales, trato cercano y una cocina que mira al territorio sin nostalgia pero con memoria. Qué más se puede pedir.

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