Hemos Comido..en Montecarlo, un restaurante de los de siempre de Colindres. Un sitio frecuentado por Agustín, Victor y familia desde siempre.
Enero 2019. Agustín es uno de mis husmeadores de pistas, alguien que siempre está dispuesto a darlo todo con tal de echar una mano, y por ello debe haber pocos lugares en la tierra y en las galaxias cercanas donde no le concozcan. Cada cierto tiempo solemos ir a comer a algún lugar que ha descubierto o que yo no conozco.
Montecarlo es un restaurante cuya apertura data de allá por los sesenta. El padre de la actual dueña lo abrió y se convirtió en un lugar de peregrinaje para comer pescados únicos y beber vinos también únicos y como centro de las celebraciones de la zona.
La cocina sigue en aquellos años, hoy en día la denominan viejuna, no despectivamente si no más bien por encuadrarla dentro del último título de reciente aparición: «Cocina Viejuna» (Larousse) como estreno editorial de Ana Vega Biscayenne. Por cierto, para mí representa la primera parte de mi vida cuando empecé a salir de casa para comer con mis padres y mi familia, tengo claro que se pedía por que a todos nos gustaba y, aunque solo sea por eso, me sigue gustando.
Comenzamos con jamón ibérico de muy buen sabor. Todo un clásico de los sesenta y setenta, había que comer jamón en toda comida que se preciase, por cierto no tenía por qué ser ibérico, rulaba mucho más el serrano. Este sí que era ibérico y estaba bien bueno.
Otro gran presente de la época son los fritos variados. Aquí la ración es generosa, dos personas comen perfectamente y hay cierta mezcolanza de elaboraciones, desde los tacos de merluza fresco rebozados y fritos de maravilla, hasta unos aros de calamar (no me puedo quejar, me supieron bien), unas croquetas muy buenas por cierto, alguna empanadilla y fritura de otros orígenes, como gambas en gabardina y langostino empanado.
Ahora recuerdo cuando tomaba estas almejas en salsa, las hacía mi abuela, y siempre que te acercabas a algún lugar marinero las pedías, almejas en salsa marinera, terminaba todo el mundo untando una tonelada de pan. A día de hoy me echo las manos a la cabeza pensando en la maravilla de almejas que pescaba mi abuelo y que terminaban cocinadas de esta forma, cuando la realidad es que me vuelven loco crudas; esto mismo lo planteas hace cuarenta años y se desmaya mi abuela solo de pensarlo.
Rape a la plancha acompañado de una colorida ensalada. Esta es una de las maneras como más me gusta el rape, por cierto uno de mis pescados favoritos y del que en aquella época poca gente tiraba, solo lo hacían en mi casa que yo supiera y supongo que por que mi padre los traía ya que nadie los quería. Mi manera preferida de comerlo era el famoso rape alangostado de mi madre, una de las elaboraciones estrella de mi casa y uno de mis favoritas sin duda alguna.
Compartimos también rape en salsa marinera, el cual también me gustó, con una salsa acompañada de langostinos y almejas.
Los postres, todos caseros y elaborados por nuestra anfitirona, se centraban en tres especialidades: tarta de queso, leche frita y tarta de chocolate.
Al final de la comida todo era una fusión de recuerdos, la mayoría familiares, es como si viviera un episodio del pasado, lo cual me encanta, me retrotraía a la niñez. Si a esto le añades la compañía y el palique que hubo tras de la comida, el resultado no puede ser mejor.