¡Qué han hecho con mi tinta de Toro! Esta fue la primera expresión que salió de mi boca después de probar el primer tinto de esta bodega en esta cata.

Asistí a una cata en torno a los vinos Colegiata de Bodegas Fariña en el Hotel Escuela Las Carolinas, una de las bodegas con más prestigio de la DO Toro, ya había probado anteriormente alguno de sus vinos y tenía una excelente recuerdo sobre todo del Fariña Primero, de las jornadas que hace todos los años Melly en su restaurante, «Fariña y Caracoles».

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Por cierto, Melly fue el que condujo toda la cata de esa manera que solo él sabe «arreglao pero informal».

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La familia Fariña goza del reconocimiento de haber sido uno de los principales artífices del desarrollo de la D.O. Toro. Más de 300 hectáreas de viñedo propio permiten a esta bodega un control de producción integral y una óptima orientación de sus elaboraciones hacia la calidad y singularidad de sus vinos.

Hoy Toro está reconocida a nivel internacional como una de las mejores regiones vitivinícolas del mundo. En los diez últimos años la D.O. TORO ha pasado de la oscuridad al centro del escenario mundial, gracias a sus vinos de alta calidad y de personalidad inconfundible.

A pesar de haber conseguido la fama internacional recientemente, la historia del vino de TORO es muy antigua. Desde la época romana y a lo largo de los siglos XII y XIII, los vinos de Toro fueron objeto preciado de mercadeo, gozando incluso de privilegios reales. Así, durante el reinado de Alfonso IX, el vino de Toro era el único vino foráneo que tenía permitida la entrada en la cuidad de Sevilla. Fue también el vino de Toro el que acompañó a Cristóbal Colón en su descubrimiento de las Américas; hasta tal punto que la “La Pinta”, una de sus tres carabelas, fue bautizada así por el toresano Fray Diego de Deza, confesor de la reina Isabel, en referencia a una medida de capacidad que se empleaba en Toro y que aún hoy se utiliza como expresión coloquial para referirse a un trago de vino.

Ya en el siglo XIX, con la llegada de la filoxera a Europa, Toro se convirtió en una región exportadora de vinos, principalmente hacia Francia. La invasión de esta plaga sólo había afectado a una pequeña proporción del viñedo de esta zona.

A lo largo de la historia el valor del vino de Toro había radicado principalmente en su graduación y corpulencia, características que hacían de él un vino duradero, y que permitía su transporte a ultramar. Ello explica que hasta más de la mitad del siglo XX su demanda, basada en dichas cualidades, no propiciara ningún tipo de cambio en la producción de aquel potente vino. A medida que el mercado fue demandando vinos más finos y elegantes, el futuro de estos vinos se preveía difícil.

Observando esta realidad, ya en la década de los años 70, y convencido de que la alta graduación de aquella Tinta de Toro no era intrínseca a la variedad sino a su tardía recolección, Manuel Fariña comenzó a impulsar el primer gran cambio en la zona: el adelanto de la vendimia en casi un mes. Se trataba de recolectar la uva en el momento óptimo de maduración a la vez que se reducía su graduación desde los 16º-17º, hasta los 13º-14º.

En 1987 se aprueba la denominación de origen que abarca dieciséis términos municipales de la zona, pertenecientes a las provincias de Zamora y Valladolid. Manuel Fariña fue elegido presidente del primer Consejo Regulador de la D.O. Toro. Con tan sólo seis bodegas acogidas al nuevo marchamo de calidad, se iniciaba una nueva etapa llena de retos y verdaderamente prometedora.

Algunos de los más prestigiosos observadores del mundo del vino no han dudado en situar a Toro entre las diez regiones vitivinícolas de mayor interés del mundo de los próximos años. 

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Fariña Primero fue el primer vino tinto de maceración carbónica elaborado bajo la D.O.Toro. Elaborado 100% con Tinta de Toro, es un vino tinto joven lleno de fruta y expresividad. Cada año viste una etiqueta diferente que reproduce la obra del ganador del concurso nacional de pintura «Primero de Fariña», este año la ganadora fue Lun Yan con su obra, “Esculpir lo fluido”. Intenso color cereza picota con tonos violáceos. Limpio y brillante.

En nariz es muy aromático de frutas rojas frescas, recuerdos de frutas del bosque con unas intensas notas lácticas.  En boca es fresco, afrutado y sabroso. En el retrogusto, se intensifican los aromas a fruta fresca. Me gusto, aunque no estaba tan bien copmo lo recordaba.

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Continuamos con este blanco monovarietal de malvasía. Tengo familia de origen toresano, en concreto mi abuela, y solíamos pasar parte de las vacaciones verniegas en Toro, mi recuerdo del vino blanco de Toro era que se usaba para cocinar debido a su potencia.

Cuando probé este blanco me resultó justamente al contrario, un vino prácticamente insipido y falto de sabor, esa fue la tónica general a lo largo de la cata, excepto dos vinos.  Color amarillo, pálido. Aroma fresco quizás cierto toque a hierbas, verdes, muy ligero, fácil de beber, acuoso.

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Continuamos con un rosado Tinta de Toro que me sugería exactamente lo mismo que el blanco anterior.

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El siguiente de la cata fue un tinto de muy buen aspecto, pero en la misma linea que los anteriores.

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Continuamos con un Gran Colegiata roble 2010 en este se notaba un fuerte sabor a corcho, tricloroanisoles. 

El tricloroanisol (o TCA) es una sustancia que resulta de la degradación de los triclorofenoles (o TPA) que a su vez provienen de la unión de los fenoles del corcho con las partículas de cloro disueltas en el aire.
Esta degradación tiene lugar en ambientes húmedos y es causada por una serie de hongos. El tricloroanisol es responsable del olor y sabor a corcho del vino, bien por que el corcho no fue tratado adecuadamente durante su fabricacción o por que la botella no se ha mantenido en unas condiciones adecuadas de temperatura y humedad.

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Gran Colegiata Roble Francés Crianza 2008, y a partir de este vino comemxo a dar un giro la cata, presenta un hermoso color rubí intenso. En boca se muestra remoso, y goloso, con una buena carga frutal que se prolonga hasta el final. Con claros aromas de ciruela, mora y cereza, junto con notas balsámicas y toques de vainilla. Me gustó.

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Es el vino conmemorativo del 70 Aniversario de la fundación de Bodegas Fariña, en 1942. Fermentación entre 30º – 32ºC en depósitos de acero inoxidable antes de realizar la fermentación maloláctica en tinos de madera. Envejecimiento en barricas nuevas de roble francés y americano durante 12 meses.

Tinto de color rojo granate con matices violáceos. En nariz predominan aromas a frutas rojas. Destacan también aromas a  chocolate y vainilla, típicos de las barricas nuevas. En boca es equilibrado. 

Pero, ¿qué ha pasado de esos vinos duros, alcohólicos, con ese marcado sabor calizo, que dieron fama a la sangre de Toro y que ya son imposibles de encontrar? Hace bastante años 30-40 salías a tomar vinos por el pueblo y si no decias lo contrario el vino te lo rebajaban con un poco de Casera, supongo que la falta de demanda terminó acabando con ellos.

Me acuerdo de los depositos encalados donde se guardaba el vino, con una tapa de madera y algo que me llamaba poderosamente la atención, tenían un enorme desague, siempre me pregunte para qué, supongo que para vaciarlos del vino sobrante. Todavía no lo he descubiero. Siempre en bodegas por debajo del nivel de suelo, generalmente excavadas en roca, donde compartían espacio con la plantaciones de champiñones, los escabeches fruto de la caza, arropes y demás viandas que se secaban o curaban al frío de la bodega. 

No volveré a probarlo, pero permanecerá en el recuerdo 

Por el Mule 

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