Hemos Comido..en Casa Aida, comida multitudinaria, más de cien comensales.
Junio 2016. Desde la última vez ha habido un cambio en la dirección y se nota, han dejado de lado el tipo de cocina de menú degustación, optado por la formula de cantidad a buen precio.
Comenzamos tomando un jamón ibérico, normalito sin estridencias.
El jamón acompañado de un salmorejo y pan una especie de pan tumaca, la verdad muy agradable.
Para compartir unos puding que me gustaron bastante, cabracho, bacalao y gambas creo. No soy muy amigo de estos elaborados, pero estaban bien buenos y las cantidades bien grandes, acompañados con pan para untarlos. Aventuraba unas auténticas bodas de Canaá.
También como aperitivo sirvieron unos pimientos estupendos acompañando a unos boquerones también muy buenos.
A continuación, individualmente, un hojaldre relleno de marisco. Se dejaba comer, estaba relleno de calamar y la verdad es que el hojaldre estaba recién hecho y crujiente.
A continuación llego un desfile de platos principales donde ninguno de ellos me llamó la atención, siempre fijándome en el aspecto, como la merluza de la fotografía de arriba.
El salmón también bañado en salsa. El salmón es algo que he dejado de comer a no ser que sea salvaje. En cuanto me he enterado que encontrarlo salvaje es prácticamente imposible y que el color verdadero de este es grisaceo y el que incorpora habitualmente es fruto de un componente químico añadido al pienso, paso.
Yo pedí bacalao al ajoarriero que es lo que me esperaba, pero la receta que me sirvieron poco tenía que ver con la receta original, de la que soy un auténtico fan y sobre todo con el sabor original.
De postre helado con sopa de frambuesa, me gustó y me refrescó.
En fin, todo lo sirvieron perfecto de punto, no hubo esperas a pesar de estar abarrotado, pero a la cocina la falta evolución, eliminar salsorras en productos que no lo necesitan. Pero al verlo tan lleno de gente y al preguntar y poner en mi conocimiento que habitualmente está así de lleno, ni lo toqueis, seguid en la misma onda. Ya lo dice una de las leyes de Murphy: si funciona no lo toques.