Nacido en el pueblo riojano de Autol, Merino vivió desde la primera infancia en Santander.

Sus padres regentaron el popular Mesón del Riojano, donde el joven Víctor conoció, en los años cincuenta, a los artistas que frecuentaban los cursos de Camón Aznar en la universidad Menéndez Pelayo e inició su colección de arte moderno con las famosas tapas de cubas decoradas por los mejores pintores españoles.

Inició en El Molino (Puente Arce) su carrera en solitario, abriendo a continuación La Sardina, en El Sardinero santanderino, y Cabo Mayor, en Madrid, antes de recuperar, el Mesón del Riojano. Considerado como un renovador de las tradiciones de la cocina cántabra desde las alubias hasta los pescados de roca, en el sentido de un mayor refinamiento dentro de una gran sencillez, Merino no era cocinero, pero sí poseía una sensibilidad y una intuición culinaria innatas. Creó amplia escuela y se rodeó de sucesores en las personas de su hijo Antonio y de su yerno Pedro Larumbe  premio Nacional de Gastronomía. Murió en accidente de carretera cerca de Aranda de Duero cuando viajaba de Santander a Madrid el año 1987.

DESDE los mismísimos albores de lo que luego llamaríamos «nueva cocina» Víctor Merino fue un gigante de la gastronomía española, así como el numero uno de la reinvención de los menús largos y estrechos. Lo que él hizo fue sentarnos ante una mesa limpia, relimpia, en El Molino o después en Cabo Mayor, y permitirnos acceder a tan tradicional fórmula con manjares más elaborados, más imaginativos, pero todavía suculentos. Víctor, que no era cocinero, sí olisqueaba, degustaba, dirigía y de hecho creaba, con la ayuda, de su entonces yerno y fiel correligionario de sus ideas Pedro Larrumbe, hoy al frente del restaurante que lleva su nombre en ABC Serrano de Madrid. De modo que El Molino es un armónico museo de tallas, cuadros, puertas , arcones, columnas  y vigas nobles al estilo de la Cantabria de toda la vida. Y Víctor era, sobre todo, un amigo de sus amigos y lo digo con conocimiento de causa.

El Molino es, para la cocina cántabra, un auténtico santuario, no sólo por su ubicación en un pequeño complejo del que también forman parte una iglesia, un hórreo y el molino que da nombre y acogida al restaurante sino también por que fue el escenario donde dio lo mejor de sí mismo Víctor Merino, el gran restaurador de la tierra, auténtico padre de la cocina cántabra contemporánea.

Pero hay muchos templos sagrados a los que solo les queda el nombre. No es el caso de El Molino, situado en Puente Arce, muy cerca de la capital de la Montaña, que conserva todo su prestigio como faro de la cocina cántabra a base de recetas imaginativas que conviven con otras más tradicionales, todas las cuales se nutren de la abundante y excelente materia prima de la región. A la esplendidez de la oferta contribuye también el marco, pues junto a la placidez del establecimiento, el interior sorprende por la presencia de bellísimos cuadros de firmas prestigiosas, así como esculturas en piedra y bronce.Por lo demás, el servicio mantiene la absoluta pulcritud que siempre lo ha caracterizado.

El Molino de Puente Arce ha sido, además, vivero de extraordinarios cocineros que han llenado de imaginación y atrevimiento muchos restaurantes españoles. En plena campiña santanderina, ha mantenido una impecable trayectoria, siempre liderando la restauración cántabra y llamando la atención al resto del país.

 

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